Congelados nos estamos quedando con este afán solidario que cunde por doquier entre nuestras clases dirigentes. Todos se ponen los primeros de la fila a la hora de anunciar a bombo y platillo que congelarán sus sueldos. Todos aspiran con ello al aplauso público y puede incluso que alguno piense así blanquear su conciencia. Y la cosa tiene su aquel.
Es como si a un mes de las navidades, y a fin de evitar las aglomeraciones y descalabros del mercado alguien nos anunciase que va a congelar sus angulas mientras uno, con el mismo fin, prepara el paquetito de chicharros en el mejor de los casos o de alguno de esos nuevos pescaods de nombre irrecordable, o se limita a pasar al congelador los langostinos esos que parecen gambas y hasta gambas pequeñas.
Congelado es todo, pero no es lo mismo, se mire como se mire. Además es muy distinto el congelado voluntario que el forzoso, al que se ven abocados la gran mayoría de los mortales.
Por otra parte, el sueldo de la clase política es en si mismo una paradoja. Siendo como es alto para lo que la gran mayoría viene a cobrar, no es sin embargo lo suficientemente alto como para que los genios de la economía, la organización o lo que sea, se vean tentados por él. En el sector privado, o en el no político para entendernos, se gana a menudo más cuando se vale. Esto hace que, unido el asunto al de las incompatibilidades, los grandes cerebros rehuyan la política como actividad profesional.Â
Sin embargo, y a la vista de muchos resultados, estos sueldos resultan desorbitados para muchos que los cobran. Tanto por formación, preparación o capacidades como por los propios resultados o rendimientos laborales.
Por eso está bien que se congelen los sueldos, aunque mejor sería que descongelasens sus cerebros y sus músculos, y mejor aún que si tan así son creasen algún organismo ajeno, independiente y lo que sea, que les evalue y les ponga los sueldos, como a todo bicho viviente…
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