Esto de Iruña Veleia se está convirtiendo en todo un paradigma de las miserias del mundo cultural actual. Un mundo en el que alguno confunde el sentido de la palabra principios, y le aplica sólo el carácter temporal. Al final piensa lo mismo que al principio y punto, y de los principios, en el sentido moral del término y en términos de discrección o confidencialidad, si te he visto y te he firmado no me acuerdo.
Una vez más aparecen los goRRotxategi, laRRea y lakaRRa, no ya insinuando, sino afirmando que los hallazgos de Iruña Veleia son un fraude. Yo no sé si lo son. Sólo sé que si alguien está defraudando, en todo el contenido de la palabra, son ellos. Ellos que integran una comisión uno de cuyos pilares era el de la confidencialidad. Y ellos, erre que erre al cubo. Prodigándose en los medios para denunciar la falsedad de los hallazgos. ¿Pero quién es falso aquí? Porque estos filólogos, ni filos, viendo su escasamente amigable comportamiento, ni logos, porque lo que dicen hoy es lo mismo que dijeron antes de empezar la labor de auditoría científica sobre la validez de los hallazgos y lo que mantienen a pesar de ella.
Claro que lo que mal empieza no puede sino acabar mal. Si de lo que se trata realmente es de dilucidar la precisión en la datación de unas piezas, y más concretamente de lo que está grabado sobre ellas, sean palabras en euskera o sea el resultado del sorteo de la once de verano del 2007… ¿qué coño pintan unos filólogos cuyo lógico y pazguato interés no va a ser otro que el de su autodefensa corporativa? No hombre no. Estos los últimos de la fila, y si expertos en estratigrafía, en química, física, en datación por isótopos y que se yo cuantos más validan la datación… Ajo y Agua. Vuelva usted sus iras hacia si mismo y pregúntese por qué se ha dejado engañar y ha engañado tantos años, tantos siglos. Y lo mismo digo de los semióticos, de los epigrafistas y de tantos otros cuya labor es, y debe ser, la de encajar, reajustar e interpretar lo que otra parte de los científicos identifiquen como verdadero. Porque de todas las filtraciones que oigo y escucho, aún no he oido ninguna que cuestione el núcleo del asunto, la validez de las pruebas que datan estos vestigios en el siglo en que los datan.
Muchos se llevarían enormes sorpresas si descubriesen la fragilidad de los cimientos sobre los que se asienta gran parte de nuestro “conocimiento” sobre nuestra historia y otras cosas. Ahora que disfrutamos de medios y contamos con profesionales, con tecnologías y con presupuestos, cuando nos los dan, ahora, decía, es hora para definitivamente exigir, no ya pedir, a la comunidad de sabios humanistas que reclaman a menudo su condición de científicos que sean al menos ilustrados, y que antes de posmodernos se sumen al grito de guerra kantiano, Sapere Aude!!! Ten el valor de conocer, y deja los conspiradores y otros relatos para el amigo Javier Serrano como literatura y para otras esferas de la sociedad en las que nunca debiste intentar entrar como guía de comportamiento.
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