Se acabó el sueño y llega la vigilia. Los onírico se ha convertido en realidad y en principio se ha evitado la pesadilla. Obama es, bueno, mejor dicho, lo será en enero, presidente de los Estados Unidos de América y por ende gobernador del mundo. Como no podía ser menos en un bloguero habitual, algo habrá que decir al respecto, que si no parece que vive uno en babia.
Diré poco. Más que nada porque ya está todo dicho. Diré que a veces siento temor de que tanta expectativa de cambio quede en una cuestión cromática, étnica o biológica. Diré que tengo la certeza de que la máquina sigue su ritmo y es a la vez víctima y germen de sus inercias. Vamos, que pasa un poco como con el famoso ejemplo del super petrolero y su capacidad de maniobra.
Diré también que hoy pensaba en las diferencias que hay a uno y otro lado. Que allí no será raro que un negro entre en la casa blanca. Pero que aquí seguro que algún asesor brillante, algún escudero intransigente, algún mindungui bien colocado habría planteado la incorrección política de la denominación de la sede presidencial por racista, sexista y hasta xenófoba. Y propondría consiguiente la imposicion de una nueva denominación algo del estilo de… la casa blanca con perdón, la casa cuya fachada rebota todos los colores a la vez, o el edificio que no tiene porque ser casa porque podría ser choza cuyo exterior es la suma de todos los colores y en cuyo interior viven gentes cuya piel presenta ausencia de color.
Con lo fácil, divertido, edificante y esperemos que positivo para el mundo que es decir que un negro vive en la casa blanca.
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