Estos días nos hablan los voceros de los informativos del Congo. Cada lustro tiene su conflicto africano y ahora toca este. Mientras hablan ellos las pantallas arrojan imágenes, y como se ve que no debe haber buenos hoteles por la zona, que es lo que ayuda bastante a la presencia de reporteros, parece ser que las imágenes no abundan y por eso se repiten.
Se repite varias veces la imagen de un hombre, bueno, de lo que queda de un hombre, muerto en combate o en sus aledaños, que dejó su vida sobre una carretera y que visto lo visto también dejará ahí sus huesos. La mano señalando al cielo en pleno rigor mortis recuerda ese gesto infantil y hasta periodístico de levantar la mano para pedir turno para hablar, preguntar o requerir algo. Y este se ve que pide que le incineren o le entierren. Pero no. Viene un blindado y en una habil maniobra lo esquiva. Viene un ciclista con más carga que muchos trasportistas y lo esquiva. Viene la lluvia y lo refresca. Todos pasan alrededor menos el camarógrafo que lo acompaña y da testimonio de que nadie, ni siquiera él, el cameraman, hacen nada por solucionar su lamentable estado de defunción al aire libre.
Como parábola de que este tipo de conflictos no hay que enterrarlos no está mal. Como parábola de que la muerte no debe ser un obstáculo en el avance de militares y civiles, tampoco. Pero que quereis que os diga. Yo cada vez que lo veo pienso para mi… vaya espectáculo.
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