Una semana triste, si señor. Una semana que ha sido un auténtico calvario. Días de esos en los que uno se queda sin ganas de comer y a pesar de beber y beber no consigue dormir. Horas en las que se juntan de golpe recuerdos, sueños, ilusiones, frustraciones, miserias y qué se yo que más. Momentos para reflexionar sobre lo divino y lo humano, sobre lo presente y lo pasado. Instantes que arrojan a veces rayos de luz para un futuro incierto y tan difícil de leer como un jeroglífico.
Para más Inri, la cartesiana duda metódica se ha convertido para muchos en certeza divina, y como antaño hacían griegos y judíos y más cercanamente el mismísimo Camarón, hemos asistido al rasgar de vestiduras y demás flagelamientos reflexivos al tiempo que oíamos aquello del ya lo sabía yo, del ya me parecía a mi, de los que nada o poco sabían o saben, de los que tienen en definitiva parecidos pareceres.
Uno tiene la sensación de que no es que no haya mercado, ni que los juguetes sean falsos, ni tan siquiera de que alguien los haya pirateado. Es más como si los negocios sueltos no tuviesen ya su lugar en el mundo. Como si a las grandes cadenas les estorbasen los pequeños comercios, los comerciantes autónomos. Y que mejor para eliminar la competencia y hacerse con su mercado que una campaña lenta pero inexorable, quitándoles el pan y la sal, el aire y el espacio, una campaña en la que el todo vale es signo de identidad. Claro que luego todos nos quejaremos porque todo es igual, todo es uniforme, y al final hasta Fukuyama tendrá razón y la Historia se habrá acabado. Bueno nuestra Historia, porque algunos se frotarán las manos con la historia que se han montado para seguir con su historia, aunque se a golpe de histeria.
Y así resulta que ha quedado frente a nosotros un escenario de juguetes rotos, de aventuras interrumpidas por el hilo de los tiempos, por no saberse adaptar a las nuevas cadenas, a los nuevos oligopolios que no entienden de independencias, a los que, hasta en cuestión de juegos, solo entienden de beneficios a corto plazo.
En fin, que como decía todo esto me ha afectado mucho. Y no es para menos porque para muchos vitorianos que soñamos con esos juguetes, que crecimos cogiendo catarros a golpe de lametazo en sus cristales la noticia no era para menos Ya sólo nos quedarán los centros comerciales y las grandes superficies, con sus franquicias deshumanizadas.
Se mire como se mire, la desaparición de Kolkay es toda una desgracia.. Bueno, y de lo de Veleia ya hablaremos.
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