Empecé estas líneas, que publico con fecha del lunes, el lunes mismo cuando conocí la noticia. Las líneas han ido buscando su sitio en mi cabeza. Resistiendose quizás a tomar definitiva forma por algo parecido a la responsabilidad hasta que, finalmente, he llegado al convencimiento de que se trata de todo lo contrario. Hablando de sentimientos, de evocaciones, de impresiones, huellas y recuerdos, es de eso de lo que hay que hablar. Más aún cuando aquel del que se habla invita a ello.
La voz de Mikel Laboa era un juguete cuando cantaba. Un juguete que podía ser tierno y tornarse desabrido. Melodías con las que soñar y enternecerse y otras con las que sufrir lo que otros sufrieron. Decía que su voz era un juguete cuando cantaba. Pero como voz, tenía una faceta si cabe mejor. Oirle hablar. Su voz era un guatne de tercionpelo cuando hablaba. He de reconocer que no lo conozco. Pero he de reconocer también que lo que me ha enseñado la experiencia es que alguien que habla así no puede ser malo.
En fin, que por mucho que digamos que su música estará siempre con nosotros, conmigo lo está desde hace unos treinta años, es una pena que no pueda estarlo cantada o contada por él mismo, sin otro soporte que el aire al salir de sus pulmones.
Mientras tanto, eso sí, siempre nos quedará el consuleo de sus Haika Mutil, Gernika, Bentara noa, su universal Txoria, y una piezita que a mi me gusta mucho que es su colaboración junto con Ruper Ordorika a una de las melodías de la Korrika.
Goian Bego
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