No pudo ser

Publicado en Diario de Noticias de ílava el 23 de diciembre de 2008

He aguantado todo lo posible pensando en contar lo que se siente cuando te toca el gordo, pero igual que pasa con las olimpiadas y las expectativas y cuentos de la lechera con que parten los participantes”¦ no pudo ser. Así­ que rotos los sueños y con la salud maltrecha tendremos que volver a la cruda realidad, que un dí­a como hoy no puede ser otra que el tranví­a.

Hay que ver como galopa el noble bruto y verde animal Sancho el Sabio arriba y abajo. Como cimbrea su cintura entre General ílava e Independencia. Como llegado a Angulema resopla, y coge aire para iniciar de nuevo su viaje hasta los confines septentrionales de Gasteiz.

Como buenos vitorianos seremos multitud los que aprovecharemos estas vacaciones para dar un paseo en el nuevo artefacto, que además ahora es gratis. Recuperaremos esa pose de simpáticos catetos de provincias con la que los vitorianos hemos venido asistiendo históricamente a los grandes momentos de la ciudad. La traí­da de las aguas del Gorbea con surtidor en la Virgen Blanca incluido (nada que ver con los actuales chorritos); la llegada de unos y otros ferrocarriles (otra de ví­as); las primeras escaleras mecánicas (unas de ellas en la nueva plaza de abastos) recorridas una y otra vez por los tiernos infantes vitorianos ante el estupor de madres y abuelos y las protestas de los compradores que entonces abarrotaban el mercado; los primeros grandes almacenes, Jaun, Petit Prix, Wolworth, Simago, y como no, el gigantesco Galerí­as. ¡Cuántas horas de paseo entre baldas y estanterí­as!, ¡cuántos bolí­grafos y demás objetos inútiles mangados en un peculiar rito de iniciación! Hasta el excalectric ya derribado hizo que más de una excursión dominical de las de toda la familia montada en el coche cambiase su itinerario para pasar por encima de tamaña obra de ingenierí­a, y eso por no hablar de la construcción del trébol junto al seminario, alabado también como muestra de la incorporación capitalina a las grandes infraestructuras del siglo XX.

Así­ que a falta de gordos, que por cierto con lo de la corrección polí­tica enseguida habrá quien piense en cambiar el nombre al sorteo, y con los frí­os de diciembre, nos dedicaremos a hacer cola para coger uno de los asientos y poder al calorcito buscar nuestros décimos en la interminable lista de las pedreas mientras admiramos lo bonito que es Gasteiz desde el tranví­a.

Eso sí­, vista la velocidad con que cruza las calles del centro, habrá quien diga aquello de”¦ ¿Coges el tranví­a? No gracias, tengo prisa”¦

 

 

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