La ensalada invisible

Publicado en Diario de Noticias de ílava el 13 de enero de 2009 

Si el sagaz principito de Saint Exupery hubiese caí­do la pasada semana en Zaldiaran, en lugar de en el desierto, su publicitaria frase no hubiese sido la que fue sino algo parecido a “la ensalada es invisible a los ojos”. Ya se que alguno me dirá que si algo se vio la semana pasada, especialmente en Gasteiz, fue precisamente y en plan coloquial una ensalada de h”¦ que acabó con los servicios de urgencias llenos de brazos, piernas, caderas y demás rincones de la anatomí­a humana maltrechos a cuenta de los resbalones.

Y claro, como la gente se resbala echamos sal. Como los coches patinan y los camiones y autobuses deben circular echamos sal, y granito a granito vamos haciendo la ensalada alavesa, que como la nieve desaparecerá a golpe de sol ante nuestros ojos. Pero sólo ahí­, ante nuestros ojos. Los mismos que redescubrirán, disuelto su camuflaje blanco a los perversos molinos de aspas amenazantes, las negras carreteras, y hasta las bocas de los túneles por donde correrán los trenes. Eso si que es visible y hasta evidente. Pero la sal correrá por alcantarillas y desagí¼es camino de nuestros rí­os. Atravesará la tierra con paciencia hasta nuestros acuí­feros y se quedará en parte haciendo compañí­a a los cultivos (di que este año tal como va el tiempo tampoco son muchos, pero bueno).

Algunas personas responsables de explotaciones agrí­colas (agricultores que dirí­amos en plan fino o aldeanos en argot urbanita – coloquial), muestran a menudo su preocupación al respecto, y los nefastos efectos que esta siembra a boleo de sal provoca en las zonas de sus tierras más cercanas a las carreteras. De la creciente salinización del Ebro alguna vez hemos oí­do algo, y de la perdida de calidad del agua de los acuí­feros también. Pero nosotros como quien ve nevar o llover, venga a aliñar la ensalada, y años como este va para cinco o seis aliños.

Ni de la biblia nos acordamos ya, “Y Abimelec peleó contra la ciudad todo aquel dí­a, y tomó la ciudad, y mató al pueblo que en ella estaba; y asoló la ciudad, y la sembró de sal”, ni de lo que los romanos hicieron con los campos de Cartago. Por no acordarnos no nos acordamos ni de analizar otras opciones, otras alternativas, que también las hay y no muy lejos. Aquí­, como buenos quijotes seguimos con nuestros molinos, y como apocalí­pticos geniales con nuestras ví­as, nuestras cárceles, nuestras antenas y nuestras térmicas, y es que al final, ensaladas aparte, que cierto es que lo esencial es invisible a los ojos de algunos.

 

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