Publicado en Diario de Noticias de ílava el 20 de enero de 2009
No se asuste nadie pensando que voy a decir dónde está el ladrillo bajo el que oculta sus billetes de 500. No. Me refiero hoy a aquellas voces con las que llenaba el mes de enero el Colombo vitoriano. Lo de Colombo va por aquella gabardina que vestía el recordado Josetxu con más estratos que Veleia y con información biológica como para llenar una temporada del CSI. Lo de las voces por aquella cantinela que recorría Vitoria. “Billeeeetes pa la rifa de San Antón”. Era el anuncio de que la Navidad, definitivamente, había terminado. El cerdo a casa, el pino al camión y el belén al camarote. En el cole ya llevábamos algunos días.
Ahora el cerdo no es cerdo. Es más bien una deconstrucción del cerdo envasada al vacío. Un puzzle imposible de completar. Lo matan a escondidas para que no sufran nuestros ojos. Y es una lástima. Porque como bien dice Propp el cerdo, pese a no ser habitual en los cuentos, es sin embargo constante en el significado de sus apariciones, ligado generalmente a la fecundidad, a la risa, a las señales y hasta al sexo. Pero por aquí se ve que de eso nada de nada. En mi caso ni cerdo, ni viaje, ni plasma, ni maletas, ¡na de na!.
Y eso que salvo el pobre cerdito del hospicio, por aquí los cerdos van más bien de tres en tres. Construyen casas, bailan y escapan de lobos. Y es que aquí, además del cerdo, el tres es un número de lo más singular. Es el primero de muchos, o sea más que uno y hasta más que dos. Es constante y habitual en grandes momentos de nuestra vida, de nuestra historia y de nuestra cultura. La trinidad, el trío de ases, la comida a las tres, los tres jueves que relucen más que el sol, los tríos que se anuncian en las páginas de contactos, Los Panchos, Police, el triunvirato, y ya puestos, Ditalco, Audax y Minuro, aquellos tres que se cargaron por encargo al famoso pastor lusitano, que ni era pastor ni queda muy claro que fuese lusitano, y que cuando fueron a cobrar por su traición recibieron como respuesta la célebre frase, que pudo no existir tampoco, de “Roma no paga a traidores”. ¡Hay que ver como cambian los tiempos! Ahora ya no se dicen esas cosas, los dúos triunfan, las parejas se monoparentizan y el mundo no es capaz de reflejar tres colores, es blanco o negro, sin matices ni preguntas. Lo único que permanece es el itinerario de mis billetes para la rifa de San Antón. De La Unión al bolsillo y del bolsillo a la basura, perdón, al contenedor de papel para su reciclado, que hay que ser responsable hasta en la derrota”¦
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