Publicado en Diario de noticias de álava el 24 de febrero de 2009
Las desgracias nunca vienen solas. Si acaso se acompañan unas a otras y a veces hasta se juntan con alguna gracia o suceso afortunado. Odile, no el ciclón tropical del pasado octubre sino el local en el que tantas horas pasamos, se esfumó. Se hizo humo. Como se le esfumó a la vecina de papel su Serko, gran animal y mejor persona que tuvo la gentileza de venir a mi puebla a ver mis fotos de romanos. Más valiente que muchos tuvo por ello el premio de poder entrar en un bar que no permite el acceso a perros.
Odile se podría reconstruir, Serko si acaso clonar. Es lo que tienen los locales y los perros. Los recuerdos sin embargo, sólo entienden de un camino de doble sentido. Se mantienen o se olvidan. Como mucho se moldean al gusto de cada uno con el photoshop de los recuerdos.
Larga vida la que encerraban aquellas paredes hechas carbonilla. Muchas caras, a un lado y otro de la barra dejaron la huella de su presencia. Santi, Jesús, Javi, Helena, Santos, Patxi y que sé yo cuantos más. De Miguel a los Gabitos, del billar a los vinilos de importación. De aquellos arcos a estos cristales poliédricos que emergían de sus paredes.
Lo que son las cosas. No hace mucho que comentábamos unos amigos lo que es el paso del tiempo y el reflejo que debe o no tener en la decoración de los locales. Salió, cómo no, el Odile, y mira tú por donde que los hados de la cerilla nos escucharon y se aplicaron a cambiar la decoración. Eso sí. Si antes no era muy luminoso, me temo que ahora si que se ha quedado negro. Negro como los vinilos que se han rallado para siempre. Aquellos que oíamos hace años y que ahora vuelven de la mano de DJs y raperos. Vacío como los vacíos que han ido dejando en nuestras vidas los que se fugaron o fueron expulsados de este mundo con el paso de los años. Y es que cuando pasan estas cosas uno se lamenta de no haber pasado por allí hace un mes o una semana. Pasa un poco como con esas tiendas que cierran y a las que no entrábamos hace años. Las dejamos abandonadas y de pronto nos encontramos sin ellas. Condenadas a la virtual existencia de nuestras memorias y a ocupar, en el mejor de los casos, un rincón permanente en las carpetas de nuestro disco duro biológico.
Menos mal que, como decía al principio, las desgracias no vienen solas y el fin de semana de tan aciago inicio se tornó en victorioso de la mano de nuestras marcas deportivas. Lo celebraremos haciendo un solitario y modesto botellín, que no botellón, de recuerdos a la puerta de un Odile calcinado.
A finales de los 90 cuando asistia al Mendizorroza ,siempre me pasaba por el Odile que musica pinchaban y en una de esas ocasiones se encontraba alli el bajista Marcus Miller .Que lastima q cogio fuego
Hace ya muchas noches que no salgo por la noche en Vitoria. Porque cuando voy con niños, perros y demás lo que hacemos siempre es ver a la familia, o algún amigo después de comer, pero los niños van creciendo y le digo a mi hermana, compañera de juerga, que si salimos alguna noche por Vitoria, dejando a los maridos y niños entretenidos con la play. Y claro , la noche vitoriana, no es lo que era, y me siento un poco extraña alternando en la calle S.Prudencio, con escapistas como nosotras y divorciados casi cincuentones. Mi recorrido a través del tiempo, me coloca
a las 11 de la noche, o en el Nuevo de la Cuesta, como en Río,o Cuatro Azules.. para esperar a los amigos, y tomar las primeras copillas, después o pasar por la cuesta , al rojo, al segundo o al Satur, y después bajar a San Antonio, ir al Oskar, y seguir o en Odile, the end, y terminar en Dadá.
Hubo un momento en que Dadá murió, e íbamos a una disco de la calle Castilla…Las modas cambiaban y los encontradizos también. Ibas de un lado a otro, esperando a encontrarte por casualidad con mengano, o catalina, y era un trajín de decisiones, y medias copas porque en aquel lugar no estaba
ya pepito.De los veinte a los treinta, una década entera apostándonos en las columnas de los bares, escudriñando
el lugar buscando un pelo, un gesto, o un amigo de aquel al que buscabas. Y sobre todo manteniendo discusiones de literatura, política, arte y demás mientras lo esencial de esa noche era volver a ver después de una semana al amigo especial. Y el Odile era el lugar de encuentro de un amigo especial, donde el tapete reunía a ciertas personas a las mismas horas y nadie se daba por aludido. Despúes de Vitoria nunca más he vuelto a encontrar a nadie en ningún lugar sino he quedado con antelación. Con quince años dábamos vueltas de cuchi a zapa, y zapa a cuchi, pasando por el abuelo, calígula, San Marcos y los bocatas, más adelante el Gorbea y Somorrostro, el felipe, el moro y su música, así como el nuevo, el Satur, Río, Oskar, San Antonio,
y mi preferido siempre y tan decadente el dadá.
Los lugares al final sólo reviven en el recuerdo, al igual que todas aquellas personas ligadas a esos lugares, porque ya somos otros y otras,
Pues lamentablemente si…
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¿Se ha quemado el Odile? ¿El de Vitoria?