Publicado en Diario de Noticias de ílava el 24 de marzo de 2009.
El pasado viernes, en mi habitual visita de reconocimiento ciudadano, me di cuenta de que algo era distinto. La fauna humana que me cruzaba miraba para todos lados y hasta parecían ir leyendo. Los bares más guiados (o sea los que salen en las guías), estaban repletos de acentos foráneos. Acentos con los que uno se ve asaltado en busca de una calle, un bar o un monumento de los de piedra. La cara de alegría que muestra el asaltante cuando comprueba que ha acertado con un indígena es lo que me hizo pensar en proponer pegatinas identificativas para indígenas. Y es que el vitoriano, tan educado él, acostumbra dejar el hueco suficiente para los turistas que le visitan. Esto es, se coge la maleta y se va también de puente, y los que quedamos somos una minoría atemorizada y clandestina de guías potenciales sin organizar.
La cosa es usar todo ese despliegue de medios que gastamos en imagen para establecer un código de colores fácilmente identificable por el visitante, que de esta forma sabría qué preguntar, sobre qué y hasta en qué idioma con un simple vistazo.
El primer código de color identificaría si el indígena es un vitoriano de toda la vida o un vitoriano a secas, con lo que esto supone de conocimiento diferenciado de la ciudad. El vitoriano de toda la vida atesora recuerdos y anécdotas del más glorioso pasado de la ciudad, pero posiblemente no tenga ni idea de donde están Lakua o Salburua, espacios entre otros que a duras penas asocia con Vitoria. El vitoriano a secas aún carente de abolengo puede ser más ducho en estas nuevas zonas y en otras muchas cosas.
El segundo identificaría el área temática de interés para el indígena. El poteador, el tragaldabas, el copero, el deportista, el comerciante, y hasta el ilustrado. El turista sabe a quien preguntar por una taberna o dicho de otro modo con quien pierde el tiempo hablando de museos, ya sean uno, dos o dos en uno.
El tercero finalmente marcaría el idioma o idiomas conocidos por el indígena. Se podría incluso jugar con la intensidad del color a modo de analogía del grado de conocimiento del idioma, del valiente txapurreado al dominio fonético gramatical.
Con todo esto los indígenas de guardia en puentes y festivos luciríamos orgullosos nuestra condición de vitorianos; facilitaríamos a los turistas su labor de tales evitándoles la frustrante respuesta de “es que no soy de aquí” al preguntar a otros turistas; y con esta pública confesión de nuestras inquietudes y aficiones, igual hasta hacíamos cuadrilla”¦
Llega semana santa y volvemos a Vitoria. Mi hijo mayor hace siempre la misma pregunta, cuánto de Vitoria soy, empieza a preguntarse qué tiene que ver con él esta ciudad que conoce muy bien desde bebé….y siempre le decimos que medio-medio, dice ah! y se queda tranquilo; aunque yo sea de Vitoria, mi madre es castellana, y aunque mi marido es castellano, sus dos abuelos son de Vitoria. Mi padre nació en la cuchi, y yo en Abetxuko, en una casita construída por la cooperativa en la que mi padre participaba. Y como fuí la única que nació allí durante muchos años para mí ser Abetxukera fué un status, y lloré amargamente cuando mis padres apremiados por las deudas tuvieron que vender aquella casita. Fué la pérdida de una paraíso, de mi Arcadia particular, y siempre que vuelvo a aquel lugar siento que pertenezco a ese lugar. Porque yo también soy medio-medio, de aquí y de allá, una infancia lejana en Abetxuko, la adolescencia en Vitoria, en la zapa., y la juventud, ya independizada en la cuchi. Y me pregunta de nuevo mi hijo, ¿soy medio de Vitoria? ¿O más de Madrid? Y yo siempre le digo de los dos sitios, o de donde tú quieras, qué más dá….