Siempre me pregunté que harí¬an los protagonistas de las series entre capítulo y capítulo. Me refiero a esas series que comienzan con una situación de relax, ocurre algo, se soluciona y dejamos a los protagonistas en un nuevo relax que viene a durar hasta el próximo episodio.
Eso me llevó a extrapolar esta cuestión al plano más general de la estructura sinoidal de la vida, de la forma en que crestas y valles se alternan, de la manera en que para que veamos algo hay practicamente siempre algo que no vemos. La korrika me ayudó a ello, y me sigue ayudando.
Por si a alguien le pilo fuera de juego (que esto de la globalidad de internet es lo que tiene) , diré que la korrika es una carrera popular por relevos que no busca otra marca que potenciar y cohesionar a la comunidad vascófona, asentada, aspirante o  simpatizante , y de paso conseguir fondos para mantener viva una de las más importantes red de euskaltegis del país. Como elemento simbólico un testigo con una misiva dentro parte de un punto de esukal herria (este año era Tudela) y recorre pasando de mano en mano cada kilómetro diferentes rincones del país hasta otro punto de éste. En esta ocasión Vitoria – Gasteiz.
La parte visible de la korrika es la que tiene lugar en las grandes concentraciones urbanas. En buenos horarios, y con kilómetros de 800 metros, corren niños y mayores, y pagan buenas cantidades de dinero por sus kilómetros. Las personalidades aprovechan para ponerse las deportivas y los fotógrafos buscan sus fotos por doquier. Al caer la noche, la comitiva abandona las grandes urbes y comienza el intermedio. Carreteras de segundo orden, subidas y bajadas, corredores solitarios esperando en su kilómetro. Es una carrera sin aglomeraciones, tanto que a veces basta con encontrar un voluntario por kilómetro, pero es, lo que yo vengo llamando la otra korrika; la que no tiene más premio que la satisfacción personal; la que se enfrenta a la nieve, a la lluvia, al frío al horario y a recuperar el tiempo perdido en las ciudades. En medio de la noche o del mundo, con la única y nunca suficientemente alabada compañía de esos valientes de las furgonetas, de esa comunidad que no abandona ni te abandona, siempre manteniendo el humor, siempre ayudándote a saber que lo que haces es algo importante, más que importante, llevar el testigo de un episodio a otro sin dejar de ser protagonista, uno más uno de cientos, de esos cientos de anónimos euskalzales que en esto, como en otras muchas cosas, aseguran que las cosas llegan a su final.
Este año me acompañó mi hijo. Eso está bien, vamos asegurando el relevo. Se pasó el kilómetro riéndose de mi deplorable estado físico, pero corrió. Más que yo. A las cinco y media de la mañana nos quedamos en mitad del campo y nos volvimos a casa dando un paseo. Buena temperatura y noche clara. Por el camino fui para mis adentros recordando fríos y anécdotas de otras ocasiones, (seis korrikas con esta), como aquella en que me quedé solo en mitad del monte a la una de la mañana y tuve que volver a gatas por el arcen mientras la ruidosa y luminosa comitiva se alejaba en el horizonte, cosas que tienen los intermedios…
En el primer año la hice en Trebiño, con parada en Urizaharra. Tiempos de UDA y buenos rollos en lo que me merecía la pena llegar desde Zarautz y juntarme con los jatorras del Condado. De noche, kilómetros con un sólo Korredor para cada kilómetro, anónimos euskaltzales por las veredas de ” San Martínzar” ese pueblo que se lo atribuían algunos antes a los rusos., por Las Ventas, con tragoa la bota para paliar la ” rasca” que pegaba a la gélida noche, pero que no nos aminalaba a nadie. Que tiempos Jabi, que tiempos… Menos mal que ahora hay jóvenes trebiñeses que siguen corriendo y acompañando a este evento tan ya nuestro, en las soledades militantes culturales, jóvenes bertsolaris trebiñeses que son el futuro cultural de este pueblo, gracias a aquello, gracias a vosotros, gracias a ti, Jabiertxo… El que siembra recoge, al tiempo…