Hoy es San Isidro, una de esas fiestas en trance de desaparición. En una sociedad en la que hasta los agricultores y ganaderos son cada vez más obreros de si mismos, estas tradiciones van quedando como los centros de día, sólo aptas para jubilados. Entre pintxo y pintxo, croqueta y croqueta comentan los caidos en el año, y hablan con mezcla de pena y orgullo de las explotaciones de sus hijos (esos quien los tiene o mantiene en el sector, que tampoco son tantos). Charlan de sus recuerdos en los campos y cuentan, como todos los años, las mismas anécdotas. Esas cosas que la etnografía debe anotar con urgencia para que algún día pueda estudiarlas la etnología. Esas cosas que permanecen ya únicamente en el recuerdo de los que las vivieron y de forma más mediadia y hasta terciada en el de los que recuerdan como las recordaban los que las vivieron. En uno u otro caso, hoy, lejos del bullicio de madrid, en nuestros pueblos celebraremos San Isidro, y si el tiempo lo permite, igual hasta vemos al santico darse una vuelta, y luego a comer. A la tarde llegarán los nuevos habitantes del mundo rural del siglo XXI, cansados de su trabajo en tiendas, talleres, despachos u oficinas. Para ellos, lejanos ya los aldeanos, habrá sido simplemente un día más…
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