Publicado en el número 4 de Herrian, revista de la Asociación de concejos de ílavaÂ
Hay rincones semiocultos que están muy a la vista. Son esos lugares junto a los que pasamos sin tener nunca tiempo para detenernos y disfrutarlos. Son lugares de paso, o por mejor decir sitios por donde se pasa. Existen sin embargo otros lugares por los que no se pasa. Hay que ir. Son esos lugares que están en efecto ocultos y que requieren de una voluntad expresa de dirigirse a ellos para descubrirlos. En las tierras del enclave de Trebiñu encontramos con profusión de los unos y de los otros, pero hoy, nos vamos a dedicar a uno de estos de los que “hay que ir”: San Martín de Galvarín.
San Martín de Galvarín aparece ante nuestros ojos cuando ya empezamos a dudar de que semejante carretera pueda llevar a un sitio habitado. Pero ahí está. Ahí aparece de pronto la silueta de sus casas y su iglesia. En el punto donde el valle comienza a dejar de serlo; donde el asfalto deja paso al camino; donde el río comienza a ponerse cuesta arriba; donde el cereal y el labrantío ceden ante el bosque y el monte bajo.
Tienen este y otros pueblos una magia especial. Muchas de sus casas trasmiten un cierto aire de abandono. Pero la rotundidad de sus piedras labradas, la calidad aún perceptible de herrajes y carpinterías, la profusión de eras y otros edificios ligados a la labranza, y hasta la no tan antigua escuela nos hablan de un pasado que va del remoto al no tan lejano en el que los niños corrían por sus calles y las casas estaban profusamente habitadas. La presencia de varias de sus casas en perfecto estado de conservación nos habla de un pueblo que renace, con otros usos, con otra filosofía de la vida, pero vida a fin de cuentas para estos lugares de nuestra historia, de nuestra vida. Y es que San Martín de Galvarín es conocido por varios detalles, aunque sean de esos que hay que recordar para tener presente. Es el punto donde puede aún admirarse una estupenda lápida romana de la que dio referencia Federico Baraibar, donde según Guereñu no hace muchos años su iglesia conservaba una curiosa y variada colección de hacheros (los muebles donde se colocaban las velas), y, lo que más sonará a muchos”¦ uno de los sitios donde se instauró en fecha reciente uno de los primeros “cotos de setas”. Cosas que tienen los abusos generalmente urbanitas.
San Martín de Galvarín contará además en breve plazo con un pequeño agroturismo. Ese tipo de establecimientos que contribuyen a dar un nuevo bullicio a las calles por lo general desiertas, que provocan el intercambio de experiencias y el conocimiento de gentes, y que posibilitan a los habitantes de las grandes urbes el reconocimiento del paisaje, de la vida en la naturaleza, del pueblo y el campo.
Bien sea para una tarde, bien para una semana, detenerse a escuchar eso que los de ciudad llamamos silencio, y que es en realidad una sinfonía de sonidos de agua, de vientos que mueven ramas, y de pájaros, muchos pájaros, mientras se contempla el pueblo y sus rincones y el valle que se abre a sus pies, merecen una visita a este rincón semioculto, aunque no se puedan coger setas.
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