Publicado en el número 5 de Herrian, revista de la Asociación de Concejos de ílava.
Hay veces que las sorpresas nos aguardan al borde de la carretera. Esas carreteras que por su trazado no hacen aconsejable apartar demasiado la vista de ellas hasta que alguien dentro del coche avisa”¦ ¡para, para! Y uno para, se baja, se acerca al borde de la carretera y contempla asombrado un increíble barranco a sus pies. Al frente, un poco más allá, la iglesia de San Pedro lo preside desde su inicio. Podemos decir que, en lo que a ílava se refiere, hemos tocado techo. Estamos en Roitegui., la segunda población a mayor altitud de ílava. La primera es Onraita y queda un poco más al norte. A sus pies, y en un conjunto paradójico que une el techo y el abismo, se abre de forma contundente el barranco de Igoroin.
Este es de esos espacios que se pueden disfrutar de varias formas. La señalización, y las numerosas guías para su visita nos permiten recorrerlo de forma ordenada. Al pie de la letra que diría el otro, sin salirnos del camino, sin riesgo de perdernos y con la tranquilidad del ciudadano que contempla el monte como un parque. Podemos coger el coche y acercarnos a Roitegui, o a Musitu, o hasta arrancar paso a paso desde Cicujano y con nuestra guía bajada de Internet o sacada de las fichas de itinerarios de montaña o de BTT adentrarnos en ese complejo de riachuelos, cascadas, bosques, ruinas y grutas naturales. Podemos hacerlo hacia abajo o hacia arriba. Es como ascender de lo profundo hasta el cielo, o descender de su inmensidad hasta el centro de la tierra.
Pero podemos también dejarnos de guías y andar sin tiempo fijo por estos rincones. Y elegir nosotros mismos el mirador más a nuestro gusto, y dejar colgar las piernas hacia el infinito mientras vemos el sol correr a esconderse tras los montes o levantarse tras las casas de Roitegui, todo depende de la hora. Podemos disfrutar de paisajes nevados, del color cambiante de las hayas las encinas y los robles, de los prados verdes o de las campos amarillos de cereal. Cuando corre el agua, cosa que la sequía de este año impide, oiremos su fluir entre las piedras acompañando al tintineo ganadero. Sólo tenemos que tener presente que un barranco es un barranco, y que si lo combinamos con el feliz hallazgo de Newton, y con un paso mal dado el resultado puede ser catastrófico.
Pero por encima de las descritas, estas tierras tienen una forma deseable de ser vistas que hasta hace no mucho estaba reservada a los pájaros: desde el aire. Asi contemplaremos en toda su inmensidad el trazado del barranco. La posición privilegiada de Roitegui presidiéndolo con su iglesia y su frontón, el desfiladero de Cicujano los llanos que desde Leorza se van abriendo hacia Maeztu, y Musitu, y Areatza, Ibisate, y por supuesto”¦ La Minoria. Un esfuerzo del hombre por imitar la naturaleza a golpe de bulldozer. Un barranco forzado por el hueco que deja la arena que va camino de fundiciones y de obras. Una herida en pleno corazón de nuestros montes que por su color y extensión puede verse casi desde el espacio (un “vuelo” con el Google Earth permite comprobarlo).
En definitiva, un rincón semioculto que nos muestra lo mejor y lo peor de nuestro territorio y de quienes lo habitamos y poblamos unas veces con mimo y otras por desgracia con industrial sadismo.
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