Hablan Oteiza y Chillida dentro y fuera del Artium. Hablan sus auras y sus obras y se cuentan unas a otras sus vivencias. Cuenta el cubo sus periplos, sus idas y venidas sus ubicaciones y sus reubicaciones. De la plaza de la provincia a la del artium y de aquí, como de carambola imcompleta a tres bandas de lado a lado.  Comenta por su parte elogio a la arquitectura las contradicciones que tiene la vida. Acabar de momento en una plaza sin firma de renombre y relumbrón, en una ciudad que despreció el elogio y la arquitectura y en un proceso en el que fue, precisamente la crisis de la construcción la que le llevó de lo privado a lo público vía impuestos en especies.
Miran ambas con cierto desprecio al híbrido de grúa y grulla que preside orgulloso el espacio de la plaza, conquistando el cielo y luchando por buscar su hueco en la skiline de Vitoria. Comentan ambas lo tranquilo de sus anteriores vidas reposadas y solitarias. el silencio industrial de los talleres donde nacieron. el artístico ambiente en el que se gestaron y las agitadas mentes que las concibieron. Se sorprenden ambas de cómo ha cambiado el acento de los vitorianos y hasta su aspecto físico a la vista de todos esos mozalbetes y mozalbetas que por las noches prefieren patear el antiguo savoy y hasta el club 65 reconvertidos en los nuevos ultramarinos, especializados en híbridos menú de salsas, merengues, cumbias y bachatas.
Concluyen en que algo está cambiando en estos tiempos en que los mecenas lo son a golpe de inspección fiscal y la mayor afluencia al museo la acaparan los bares de dentro y fuera. En este mundo en el que todo pasa, todo muta menos la cercana estación provisional, temerosa de dejar para los siglos el aura del bello edificio aquel sobre cuyos cimientos descansan ahora.
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