Publicado en Diario de Noticias de ílava el 3 de noviembre de 2009
Estas revoluciones gasteiztarras en cuanto a movilidad se refiere han removido mi memoria. De hecho me propongo repasar algunas estampas de los tiempos aquellos de la infancia en los que moverse era más un lujo que una maldición.
Los cruces de nuestra ciudad los poblaban monumentos al urbano. Al policía urbano que pito en ristre y orinal en cabeza subía marcial a su peana rojiblanca y agitaba sus guantes blancos mientras tocaba su pito. Por nuestras calles pasaban en verano marroquíes y turistas, portugueses y transportistas, y hasta el camión con el hielo y los sifones se sumaba a aquel cortejo. La circunvalación convertida luego en bulevares y tumba futura del ferrocarril era entonces apenas un proyecto.
Los coches, los pocos que había, iban generalmente equipados con su retablo familiar, el perrito procurador (así llamado por su tendencia a cabecear afirmativamente como los procuradores en Cortes) descansando sobre el tapetito de aritos forrados de lana, el cojín, .los llaveros recuerdo de Benidorm, la pegatina aquella de “la alegría baja del cielo” y por supuesto el prodigio aquel de tecnología que equipado con dos discos servía para estacionar en zona azul. La calle Dato, con acera y carretera, tenía entonces menos tráfico que ahora que es peatonal en carga y descarga. Cosas del progreso.
Vitoria iba creciendo y los vitorianos éramos conscientes de ello por los rótulos azules que lucían los urbanos. Si, los urbanos, porque aquí no eran villavesas ni guaguas ni buses. Eran los urbanos. Con aquellas largas palancas de cambio retorcidas, tuneadas que diría alguno. Con la caja de su motor junto al conductor forrada de skay rojo y un complejo entramado de barras y pistones para abrir y cerrar las puertas. Todavía recuerdo los que tenían la caseta del cobrador, con su cajoncito para los cambios y la ristra de billetes asomando por la rendija como una larga lengua. Ahora cobra el conductor o una máquina, porque claro, es muy costoso que un urbano tenga dos trabajadores. Es mejor que lo haga todo uno y el otro al paro, que de algo tienen que vivir los del Inem. Los autobuses, perdón, los urbanos no eran números. Tenían nombre propio: Gamarra, Eskalmendi, Zaramaga, Errekaleor y cosas así. Ahora corren más, son más cómodos, más eficientes, más ecológicos y hasta guiñan un ojo al semáforo para que se les ponga verde a su paso, que lo del policía urbano también pasó a la historia. Pero ahora los viejos urbanos son números, es lo que tiene el progreso.
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El perrito procurado je, je,