El último viaje

Publicado en Diario de Noticias de ílava el 17 de noviembre de 2009

Ahora que están de moda las narraciones mistéricas con secretos, conspiraciones y carnaza para cuartos milenios, he llegado a la conclusión de que nuestro plan de movilidad tiene un anejo secreto. Al modo del libro de los muertos, o de fantásticos relatos sobre viajes al inframundo el citado anejo recoge algunas circunstancias sobre la última aportación de los gasteiztarras a la movilidad sostenible. O al menos así­ deberí­a ser.

Uno se muere, menuda ocurrencia, y comienza un largo viaje no siempre exento de anécdotas. Algunas pueden ser hasta graciosas, como las carreras que reúnen al cortejo a cada paso del tranví­a. Pero otras son más bien una broma pesada, algo no del todo infrecuente en nuestro coqueto cementerio de Santa Isabel, aquel al que van los vetustos vitorianos a dejar de estorbar. La cosa es que, una vez llegados y con el muerto al hombro, lo que debí­a ser su última morada no es sino un colmatado almacén de huesos en el que no cabe ni una caja de cerillas. Superada la sorpresa vuelta al tanatorio y el muerto al horno.

Me cuentan que sobre el particular se interesó el amigo Navas, concejal por más señas, y que el gobierno respondió que sus servicios no tienen constancia de estas aplicaciones póstumas del plan de movilidad. No sé a que caso se referirí­a él, pero hará como cuatro años me vi personalmente envuelto en uno de ellos. Las investigaciones posteriores nos indicaron algo relacionado con el cierre del osario isabelino y la costumbre de dejar las osamentas completas donde antaño quedaba poco más que las calaveras. Pero de momento lo que debí­a ser un trámite amargo y familiar se convirtió en un esperpento que sufrimos en silencio y que resulta visto lo visto que podí­amos haber compartido con más vitorianos.

Y es que los huesos se ve que estorban, tengan diez, veinte, doscientos o seiscientos años. ¡Que se lo pregunten a los gasteiztarras cuyo eterno descanso fue interrumpido y dejo de serlo merced a los trabajos de las estrellas vitorianas abiertas por obras! ¿Dónde estarán aquellos quinientos finados que tan felices se las prometí­an? ¿Deambularán en cajas de lonja en lonja? ¿Habrán dado con sus huesos en un Gardelegi cualquiera o mostrarán sus vergí¼enzas ante sabios de bata blanca?

Y es que en Vitoria hasta el último viaje resulta complicado. Si no te roban las flores te encuentras la casa llena y si nada de eso falla nunca sabes cuando vendrá el arqueólogo de turno a romperte el sueño. ¡Se le quitan a uno las ganas de morirse!

1 comentario

  • el mal samaritano dice:

    Un arqueólogo conocido mí­o solí­a comentar siempre al respecto que su consejo era escoger la incineración. Y lo decí­a con conocimiento de causa, no fuera que un auxiliar de campo, con un mal dí­a, maltratara tu pobre osamenta y parte de ella acabara en una cajita de cartón en alguna lonja lúgubre…
    Claro, cuando el ‘progreso’ impone su ley inexorable en aras del macroproyecto de turno, el escaso respeto por ese pobre y reiterativo testimonio del patrimonio que son nuestros propios restos mortales tiene todas las de perder. No hay más que recordar el malhadado y triste ejemplo de la Plaza del Castillo en la vecina Iruñea/Pamplona, donde el recurso del contenedor de obra y el vertedero, fue el último destino (por el momento) de un montón de aquellos viejos e incómodos inquilinos.
    Menos mal que aquí­ esas cosas no pasan! o sí­… ya que, otro conocido mí­o, me señala la reposición de osamentas expuestas al público en un famoso templo vitoriano. Que este muertecito se me desgastado con tanta exposición al aire y a las humedades; pues nada, como hay muchos y en los almacenes son un problema, se coloca la versión 2.0 del difunto y santas pascuas, que el público no está para sutilezas. Y sí­, la cosa es tan pesada y reiterativa que no dejan de aparecer más inquilinos (no sé que esperábamos dentro de una iglesia de tal magnitud, verdad?) así­ que en un momento dado alguien se plantea… qué hacer con tanta osamenta, que no ya no hace nada de ilusión, que no les vamos a hacer un estudio antropológico, paleopatologí­a y perfil de ADN a todos, a ver si se han creido que esto es el CSI de Las Vegas! En fin, un verdadero problema logí­stico, museo colapsado… y allá en la lontananza Gardelegi que ejerce la fascinante atracción del abismo. Qué habrá pasado de todo ello…?

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