Ha vuelto a nevar… después de que nos lo anunciasen. Después de llevar días riéndonos de los europeos y los americanos ha nevado aquí. Y otra vez el caos. Pasó lo mismo la última vez, y pasará lo mismo la siguiente. No bastan planes ni predicciones. La única predicción que funciona es que si nieva habrá caos. El único plan que sirve es tener preparada una cabeza de turco para cesarle de forma fulminante después de que el caos haya hecho su efecto reconciliarse con la población.
De mi paso por los aledaños del ayuntamiento gasteiztarra recuerdo yo un día que el entonces concejal de la cosa, el buen Echevarria, apareció en una reunión con un dossier cuya portada rezaba: “plan de nevadas”. Le dije yo… ¿que como viene febrero este año? y no cayó hasta después de unos instantes. Un plan de nevadas es saber cuando va a nevar, no saber lo que hacer cuando nieva… y así nos va. Cada vez sabemos con más precisión cuando y cada vez somos más inútiles para el qué.
Cuando nieva surgen varias tipologías netamente antagónicas, lo que, como bien relataba el otro día el amigo navas, es sinónimo flagrante de caos.
Los ciudadanos dicen que pagan sus impuestos para que los políticos hagan su trabajo, que es quitarles la nieve y los mocos. Rehusan por tanto de cualquier tipo de colaboración ciudadana. En eso nos vamos pareciendo a los americanos y a su actitud cuando el katrina anegó nueva orleans. Vamos avanzando. Los políticos opinan que por muchos medios que se pongan, las emergencias son las emergencias, y hay o echas ouna mano o te callas. Por otra paret, y parte de razón tienen, tampoco puede el municipio dotarse de medios ingentes para combatir una peste que ocupa apenas dos días al año los años que lo hace. Es como comprarse un coche con aire acondicionado en el polo o instalar calefactores en el trópico.
Están los conductores expertos y aventurados hasta que cruzan su coche en el sitio por donde debiera pasar el quitanieves. Están los salados que lo arreglan todo con sal. Están los que confunden el sicglo XXI con el fin de las penurias medievales. Están los que no entienden por que los demás no siguen trabajando cuando ellos se quedan en casa. Están los que protestan y están los que callan, pero cada vez faltan más los que trabajan. Los que asumen que la ciudad es de todos, para todos y que funciona gracias a todos. Parte de esta peligrosa disminución que lleva a hacer del hombre solidario una especie en extinción la tienen políticos, banqueros, enmpresarios y ocupantes varios de las partes altas de las jerarquías, que sólo acuden y llaman a la participación cuando pintan espadas o bastos, nunca cuando pintan oros o copas.
La vida como la baraja tiene cuatro palos y entre cuarenta y cincuenta y tantas cartas, y si jugamos todos jugamos con todas. Tan mal jugador es el que juega a unas como a otras, pero parábolas al margen, tropezamos siempre en la misma bola de nieve y segfuimos sin querernos dar cuenta…
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