Ha pasado el último fin de semana de Enero y se acercan galopantes los largos días de julio. El verano es en invierno como la navidad en el verano: un timepo lejano que se acerca y acaba todos los años sorprendiéndonos. Los previsores lo saben, y al igual que en el cuento de la hormiga y la cigarra, pero al revés, quienes programan festivales en verano llenan sus despensas en invierno.
Así avanza nuestro festival de Jazz hacia la que si no me eqeuivoco será su edición 34. Poco a poco van saltando a las portadas los avances y fichajes, configurando el nuevo calendario. Así ha sucedido este frío y lluvioso fin de semana de invierno, y nos hemos enterado de que volverá Paco por nuestros fueros. Y volverá Chick Corea por los mismos. Cerrado y amortizado (?)Â el ciclo marsalis con su suite vitoriana que recoge los sueños de la alhambra vuelven las cositas buenas y vuelven también las notas de piano transmutadas y cienciológicas del pianiste de Chelsea, Massachusetts.
A mi la cuestión ya se sabe como me afecta. Otro año más que el abono se me hace grande. Pero en el fondo, y conociendo esta ciudad, su festival y las aficiones de sus próceres, hay algo más que me preocupa. Preocupación que crece al hilo de esta vorgágine que busca buscarnos nuevas señas de identidad para cubrir de olvido las que teníamos de siempre. Es lo que me preocupa cuando veo a viejos conocidos, cuasi abonados al festival como Corea y Lucía. Es entonces cuando me pregunto no ya si el nombre del festival es el adecuado, Festival de Jazz o Flamencal de Vitoria. No ya si el público igual lo que desea es un nuevo festival de nuevos flamencos y ecos del sur para así dejar el de Jazz para lo suyo y los suyos. No. Lo que realmente me preocupa es donde buscarán los responsalbes alaveses un rincón para su estatua. Y no me refiero, claro está a que vayamos a encontrarnos a Lazkoz o a Agirre en broncínea postura al cabo de una calle renovada o no. Me refiero a que aquí el que mucho nos visita acaba con su propia esquinita al lado de marsilis y follets. Acabaráimos en este caso pudiendo hacer un itinerario de los ilustres alaveses, un plan alhondiga delos baluartes culturales de esta vetusta Vitoria que, al modo de bilbainos, nacen o hna nacido donde quieran.
Lo del portalón lo doy por descontado que a nadie angustia, aunque a buen seguro que los pinchos del sagartoki o del toloño tampoco son menores argumentos. Así que volveremos a ver como solíamos a Paco y su séquito por nuestros lares, y admiraremos las manos puntiguadas del pianista camino de recepciones y homenajes.
El caso es que llegados a este punto me pregunto por qué habré encuadrado este apunte en la sección de Jazz. ¿Será porque habló de las novedades de un festival de Jazz?
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