Hace tiempo, hasta para lo que hoy calificaríamos como la más tonta de las comunicaciones tecnológicas, lease una llamada interprovincial, una conferencia que se decía entonces, uno hablaba previamente con personas. Las telefonistas. Las operadoras. Nos acabamos acostumbrando al teléfono y a usarlo para casi todo. Ahorrábamos viajes en tanta medida como perdíamos el tiempo. Pero eran otros tiempos. entonces había que meter el dedo en el agujerito y girar la rueda, y esperar a que volviese a su punto cero, y volverla a girar.
Nos empezamos a acsotumbrar a hacer trámites por teléfono, y aunque fuese complejo aquello funcionaba. Hablábamos con personas.
Pero el progreso ha venido y nadie sabe como ha sido, o sí.
De tener que memorizar y marcar cuatro números pasamos a tener que hacer lo mismo con seis. En las grandes ciudades presumían orgullosos de tener que marcar siete. Sólo existían los prefijos para el más allá. El más allá de tu provincia, o demarcación telefónica que diríamos en Treviño. Continuó el avance y nos igualamos grandes y pequeñas demarcaciones. Todos teníamos que marcar nueve números para llamar a los de siempre. Seguimos avanzando y avanzando. Y ahora hemos llegado al máximo avance en lo que a comunicación se refiere. Para molestarnos están las personas. Esas gentiles señoritas, generalmente son ellas, que nos llaman para ofrecernos servicios que no queremos en las horas más inoportunas. Para ayudarnos sin embargo están las máquinas. Esos estúpidos robots que nos hacen parecer idiotas repitiendo la palabrita de marras que nunca entienden y en todo caso para llegar al punto de siempre, a dar dinero a la sgae, que digo yo que recaudará también por la música esa con que te amenizan las eternas esperas hasta que cuelgas.
En fin, que como decía, todo un progreso que no sirve para nada… otro más.
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