El príncipe está triste y abandonado como un juguete roto. El príncipe ya no es de viana ni de Beckelar, y para infante se ha hecho viejo. El principe ya no es conde de lugo ni marqués de las almejas de marín. El noble soriano vuelve a su condición innata de hermano de marichalar y de estandarte de lo kitch. El dandy abandona la nobleza y vuelve simplemente a ser varón.
Como si el fuese Trotski y  Stalin fuese su suegro el monarca le ha borrado del album familiar. Como si más allá del divorcio tuviese la peste o la gripe A, en un carrito se lo han llevado de la plaza de colón camino del cementerio de cera. Atrás quedaron los fastos y gastos con que administraciones públicas y privados intereses engalanaron sus nupcias. Atrás los momentos de gloria de todos los santos. Atrás las sonrisas y los besos. Hundido en el recuerdo o enterrado en el olvido ha terminado el cuento de hadas de una maestra borbón y un honrado caballero de los de capa y echarpe.
Como diría con visión profética el castellano Manrique:
¡por cuántas vías e modos
se pierde su grand alteza
 en esta vida!
Y el propio conde deslugado pensará como garcilaso:
que pues mi voluntad puede matarme,
la suya, que no es tanto de mi parte,
pudiendo, ¿qué hará sino hacello?
La princesa, que en esta historia no perdió sino el marido y ganó en cambio unos cuantos huecos en las páginas de su albúm familiar seguirá en su jaula de plata con cargo al erario público. Como diría ruben darío:
Pobrecita princesa de los ojos azules!
Está presa en sus oros, está presa en sus tules,
en la jaula de mármol del palacio real;
el palacio soberbio que vigilan los guardas,
que custodian cien negros con sus cien alabardas,
un lebrel que no duerme y un dragón colosal.
Y los republicanos pensaremos todos, como el personaje de Carroll, en tener la fuerza suficiente para gritar y ser oidos, siempre eso si en el buen sentido de la palabra y que cada cual interprete el buen sentido como dios, sabe quien, le de a entender…
¡Que les corten la cabeza!
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