Oyendo esta mañana a Txarli Prieto, lider él de los socialistas alaveses, me venía a la cabeza un cierto simil político social del trastorno bipolar. No se trata en este campo de alternar estados de depresión o euforia, sino más bien de la tendencia que algunos tienen a polarizar, o mejor dicho a bipolarizar.
Yo no dudo de que haya quien piense que, dado lo penoso de nuestros sistemas educativos todos (si no a qué viene tanto cambio), el común de los mortales decide más rápido si sólo tiene dos cosas entre las que elegir. Olvidan que hasta en el final finalísimo del un dos tres se presentaban tres opciones de las que el concursante una sólo debía elegir. Ellos, los bipolaristas, siguen empeñados en asumir que somos incapaces de comprehender un mundo de matices, que nuestras estructuras mentales dividen el mundo al modo del cerebro, en dos hemisferios. A mi personalmente me suele ocurrir lo contrario. Cuando me enfrento a pares de conceptos (izquierda y derecha, el alto es carlos y el bajo es luis, y cosas de eses estilo) mi cerebro se muestra incapaz de discernir y mezcla y confunde. Puede que sea también lo que se busca.
El caso es que si analizamos la vida política y todas sus ramificaciones comprobaremos que son muchos, quizás demasiados los que intentan convencernos de que el mundo es bipolar. Bueno y malo, noche y día, yin y yan, nacionalistas y no nacionalistas (aunque estos últimos a menudo lo sean hasta más que los primeros), constitucionalistas y rupturistas (aunque estos últimos no hayan roto un plato en toda su vida), la derecha y la izquierda (aunque entre estos últimos haya más nominalismo que esencialismo), laicos y creyentes (aunque entre estos últimos haya judíos, musulmanes, budistas y hasta cristianos varios) , puristas del castellano y traidores a éste (aunque entre estos últimos los haya partidarios del modelo B o el D), y por no seguir ad infinitum, analizaremos más algunos de los pares más curiosos con que nos enfrenteamos, y uno en concreto que me ha recordado Txarli Prieto.
Hay defensores del concierto buenos y defensores del concierto malos. Todos coinciden en defender el concierto, lñuego el único modo de bipolarizar el asunto sería hablar de los que lo atacan. Pero como los que lo atacan son compañeros y hasta jefes de los partidos de algunos entonces hay que dar un giro copernicano y elaborar una nueva polarización. Los que defienden el concierto bueno lo defienden sin mala fé, con diálogo, con afán de ser vistos como gente normal, no agresiva. Piensan que la bondad consiste en tenerlo para usarlo como si no lo tuviésemos, es decir, haciendo lo mismo que el resto, armonizando políticas que dicen ellos, gestionando las discrepancias y consiguiendo cambios visibles en el asunto. Ya tenemos nuevos recursos, pero eso da igual. En resumen los defensores del concierto buenos son buenos de espíritu pero malos en praxis, al menos en lo que a defensa del concierto se refiere. Los defensores malos en cambio, habilitados como ellos creían por el acuerdo sobre una herramienta para usarla, van y la usan, y entonces aparecen el caos y la envidia, la confrontación y el esperpento. Pero es que tiene malas intenciones. Es como que te den un helado y te lo comas, ¡a quién se le ocurre! Se empieza usando lo que tienes y se acaba abusando de todo. Y claro los resultados fueron totalmente divergentes, bipolares incluso. Entonces había recursos y ahora también. Entonces había torticeros que ocultaban sus carencias alimentando la envidia y el recelo y ahora también.
Todo un jaleo sobre el que volveré algún día más pausado este de la bipolaridad aplicado al concierto y a otros temas. Pero eso sí, una cosa tengo clara, ahora las cosa por fin se hacen bien y antes, sin que me lo digan… las cosas se hacían evidentemente mal.
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