Circula por ahí cierto sumario secreto que todos parecen conocer. En él han declarado personas que hasta antes de declarar eran buenas personas y que después de declarar han sido declarados culpables y sometidos a cuarentena. Aislados sin fianza las pesadas aves de blanco y pelado cuello y grandes alas han desplegado toda su envergadura y vuelan haciendo tétricos círculos sobre los cuerpos aún agonizantes de los declarantes. Antes de ser juzgados sus pestilentes humores han contagiado ya a tirios y troyanos, y la vorágine de fariseos rasgando sus vestiduras, o el sonido de los gitanos rompiendo sus camisas atrona el cielo y el infierno.
Ya lo dije en su día. Si la han hecho que la paguen. No es mi oficio juzgarles ni mi beneficio condenarles, voy a otras cosas. Los que en su día defendieron la inocencia de los suyos y pidieron paciencia y respeto al curso del procedimiento saltan hoy exigiendo cabezas, y animados en su discurso van incluso más allá de los declarantes. La lógica que impera es delirante por volatil. Cuando aún no sabemos si son o no culpables y de qué ya extendemos su culpa a sus superiores, a sus amigos y a sus compañeros. Tras años repartiéndose nuestras instituciones como pasteles al albur de los resultados electorales y ahora resulta que han de alejarse de la contaminación partidaria. Todos esos años sin ser capaces de fijar un buen sistema de incompatibilidades y ahora a reclamar técnicos para los puestos técnicos. Como si los técnicos no tuviesen además de destrezas conocimietnos y habilidades, simpatías, creencias e incluso pertenencias ideológicas. Cómo si semejantes espectáculos profesinales no pusiesen los pelos de punta en, por ejemplo, designaciones judiciales.
Hasta los socios y compañeros de los imputados corren a salvar su honra lanzando a sus cuatro vientos sus estratégicos disparates. Apartados ya de la práctica totalidad de los centros de poder arriesgan el único que casi tienen en una pirueta con forma de boomerang. Exigen explicaciones convincentes y privilegiadas, que para eso son socios, y amenazan con dejar de serlo si no les convencen. Si ese es el caso dejarán a sus socios a los pies de los caballos y demostrarán no haber sido especialmente competentes a la hora de haber vigilado al gobierno desde el propio gobierno. Si lo son, o dicen que lo son y parecen aceptarlo para conservar así asignaciones, cargos y liberados, a más de las oportunidades de reflejo propagandístico de sus actuaciones, se convertirán de facto en los principales valedores de su socio y futuro adversario. Pase lo que pase pierden, salvo que directamente, su socio y amigo evalúe la situación y explique, de forma previa y suficiente, que con socios así no hacen falta explicaciones, que con semejantes compañeros no puede caminarse, y que si quieren saber algo que hagan como el resto, que esperen pacientes y prudentes a que se levante el secreto, eso sí, vestidos únicamente con las sillas de sus dos junteros.
En fin, que ya para terminar con estas cosas de la lógica, ya decía yo la semana pasada que todo esto nos lleva a más profundas discusiones y a más necesarias reformas, modificaciones y hasta revoluciones. Es díficil que nadie crea en un colectivo, el que forma en su conjunto el actual sistema de partidos, cuando día a día ellos mismos demuestran no creer en absoluto en ellos. La suma de acusaciones conduce de forma inevitable a una lógica conclusión: son todos iguales o, al menos en lo que respecta a sus actitudes en ciertas cuestiones como estas, demasiado parecidos.
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