Ayer me dieron un premio. Me hizo ilusión. Tanto tiempo dedicado a opiniones, noticias, análisis, crónicas y comentarios me hicieron apetecible tener algo por lo que cambiar de género. Literario, entiéndase.  Un certamen además de índole local daba la oportunidad de hacerlo sin exponerse demasiado, y aunque bien es cierto que sólo hubo cuatro relatos, también lo es que el mío quedó primero. Así que, como de bien nacidos es ser agradecidos, y habida cuenta de que el chocolate con bizcochos no me gusta, y considerando que mi hija en su ingeuidad pensaba que me habían dado algo así como el premio nobel, pues allá que nos fuimos los dos al ayuntamiento de Treviño.
El acto de entrega de premios se enmarcaba en una Jornada de Igualdad, e incluía una charla coloquio bajo el título “Luz en la oscuridad”, la propia entrega de premios del certamen de relatos y de pintura, la presentación de un poemario obra de Blanca Uriarte bajo el título de Humo y nada y el momento más esperado por mi hija… el chocolate. Mientras ibamos camino de Treviño hice con ella una apuesta que perdí por un 100% de error. Le dije que sería el único chico y estábamos dos.
La charla fue un interesante recorrido por el papel de la mujer en la historia o por eso que viene en llamarse la historia de las mujeres. Me recordó a una más lejana que también comenté en este espacio que pronunció Cesar González Minguez en la bascongada (ver crónica). En aquella ocasión como en esta me dediqué a mis propias reflexiones mientras leía las trasparencias en la pantalla y explicaba a mi hija que aún quedaba un rato para el chocolate. En esta ocasión pensé que no tengo muy claro eso de la dicotomía mujeres hombres; que creo más en las personas que en las mujeres, tanto como en los hombres; que es justo y legítimo reivindicar igualdad de derechos y oportunidades; que es una buena oportunidad para desterrar vicios e injusticias que pudieron ser patrimonio de los hombres en vez de igualarnos en su práctica y destreza hombres y mujeres; que las mujeres, no todas pero posiblemente más que los hombres, cuentan con una ventaja competitiva, se aprecian en general a sí mismas como un cerebro que cultivar, y ahora tienen tiempo y medios; y ya por terminar que hasta que en actos como el de ayer no haya cada vez más hombres liberados de su propia “entereza” y “varonilidad” sin renunciar por ello a su propia identidad, nos seguirá quedando mucho en esto de la igualdad. Juntarse por separado no es la mejor manera de caminar juntos.
Cuando recibí el premio me invitaron a leerlo, pero concurrieron una serie de factores que aconsejaron que fuese la alcaldesa, Inmaculada Renedo la que acabase haciéndolo, y por cierto, bastante bien. La verdad es que uno se siente un tanto amedrentado frente a un auditorio si no tien costumbre de estarlo, y más aún si en lo que al género se refiere es tan uniforme. Yo ando mal de la garganta y al ver que no había agua supe que me acabaría ahogando. Y porque no decirlo. Me apetecía oirlo sin leerlo. Por lo demás soy de los que prefiero los pequeños gestos a los públicos halagos. Mi relato no es gran cosa. Me gusta la idea pero tendría que trabajarla más. Lo haré, para ello me reservo mi derecho como autor, pero me sirvió para recuperar un uso del lenguaje que tenía olvidado hacía tiempo, el narrativo. El poemario me gustó, me hice con un ejemplar y lo comentaré más adelante y con más tiempo, y el chocolate le gusto a mi hija que dio buena cuenta de él y los bizcochos. Luego volvimos a casa y se acabó el sueño.
Nota: Como el relato posiblemente no será nunca publicado, y aprovechando este espacio pues me he atrevido a publicarlo… así que si quieres leerlo aquí te propongo un enlace a Caminos de Rosas
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