Hay gente que se sorprende cuando comprueba que sabes sobre su vida cosas que pensaba que no sabías y que a menudo él mismo te ha contado. Se sorprende porque no percibe la diferencia entre uno y otro. Uno habla para escucharse y otro escucha para aprender. Y es que si la gente se dedicase a poner más antención a lo que escucha descubriría que esa positiva actitud tiene múltiples ventajas.
Escuchar te permite aprender. Escuchar te hace asimilar como propias vivencias ajenas y aumentar la experiencia sin haberla vivido. Escuchar con empatía te convierte en otro y te hace desdoblarte, multiplicarte y viajar sin levantarte del sitio. A veces no hace falta ni siquiera preguntar, basta con oir. Y puestos a preguntar lo suyo es escuchar la respuesta. Porque hay gente que ni eso tan siquiera, que pregunta sin tener el más mínimo interés en la respuesta, y claro, así es que no me aprenden nada.
Esto que ocurre en la calle y en la tasca, ocurre también en la alta y la baja política. La gente lleva escrita la respuesta a discursos que aún no ha oido, y si acaso toma algunas notas para aparentar que presta atención. El voto por supuesto está ya decidido, y las palabras se las lleva el viento hasta los medios, que en definitiva son a los que están destinadas.
Diálogos de sordos que a nadie más que a ellos interesan, y tal como estamos viendo ni siquiera a ellos. Todos hablando frente al espejo para quejarnos de que nadie nos escucha, y al paso que vamos será cierto, porque al final ni a nosotros mismo nos atendemos.
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