Publicado en Diario de Noticias de ílava el 20 de abril de 2010
Creo que muchos pensábamos que Islandia era, con permiso de los turolenses, como Teruel, un sitio que no existe. Pero mira tú por donde que al gélido islote le han sentado mal las alubias pintas alavesas de algún autor culinario desmadrado y tiene un ataque de aerofagia pesada o colitis gaseosa que ha puesto todo el continente pie a tierra. Hasta los británicos han tenido que andar, por la izquierda, pero andar.
En plena era tecnológica, cuando pensamos en llevar nuestras pisadas a Marte o volver a dejarlas en la luna resulta que no somos capaces de ir de Foronda a París, ni de Frankfurt a Oslo volando por los aires. A nuestros modernos ícaros no les ha quemado las alas el sol. Ha sido la sucia y prosaica carbonilla de volcán la que les ha enfangado motores y sensores.
En este siglo XXI tan acelerado hemos vuelto los europeos a recuperar el continente desde el suelo, y, al modo de los viejos itinerarios civiles y militares del XVIII y del XIX hemos recuperado la costumbre del viaje por etapas. Los bares y restaurantes de carretera han vuelto estos días a ser las posadas y paradas de posta que en su día fueron, y los carros, tirados por caballos de vapor a cientos, han vuelto a llevar en su seno a gentes variopintas convirtiendo en diligencias los turismos. Se ve que dado el alto precio de los taxis son numerosos los viajeros que han compartido gastos y volante para correr por carreteras asfaltadas lo que no han podido volar por cielos cenicientos.
Nuestra tierra ha vuelto a ser lugar de paso y estancia y hemos podido ver este fin de semana coches en hoteles y pensiones como si fuera verano, pero sin hamacas, ni sombrillas, ni bicis, ni colchonetas. Portátiles, netbooks, ipads y gadgets de todo tipo son ahora los bagajes de estos correos del tercer milenio. La globalización ha vuelto allá por donde solía hace siglos, cuando los correos imperiales llevaban al galope las noticias de victorias y derrotas por toda Europa. Los tiempos en que en Vitoria, en La Puebla o en Arroiabe se estaba al tanto de los ascensos y caídas de los reyes y los príncipes de toda Europa y hasta de noticias de ultramar si el viajero había sido también marino.
Todo esto ha ocurrido este fin de semana en este cruce caminos que habitamos. Un viaje en el tiempo y el espacio que nos ha devuelto a los años en que se viajaba por mar y tierra, en el que se compartía camino y vehículo y se buscaba fonda y posada. Y todo por culpa del típico gracioso que sopla en un cenicero”¦
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