Publicado en Diario de Noticias de ílava el 25 de mayo de 2010
Las buenas ideas suelen tener esencia bipolar. Acostumbran a ser tan sencillas como inalcanzables. Eso es lo que pasó la semana pasada con la que un ciudadano trasladó al alcalde en uno de esos programas de participación radiofónica. El alcalde dijo que era buena, razonable, basada en supuestos ciertos y realista en los objetivos a cumplir. Dijo también que era imposible de llevar a la práctica. Los ciudadanos afectados protestarían porque, amigo, la baldosa ennoblece y el asfalto trivializa, banaliza y empobrece. La idea era algo tan sencillo como sustituir las baldosas de las aceras, esas que se ponen y reponen, por el asfalto ese antaño tan extendido por las aceras gasteiztarras.
Mientras oía las derivaciones estético-sociales del tan traído asunto de nuestras baldosas volaron mis recuerdos hasta la emoción con que seguía desde la ventana la operación de renovación de las aceras. Aquel camión de aire siniestro e infernal, con la cisterna de asfalto fundido y el fogón que así lo mantenía. El olor que todo lo impregnaba. Aquellos baldes humeantes que los operarios trasportaban de dos en dos por medio de un palo. Aquellas herramientas, tacos de madera con empuñadura, que manejaban con pericia para extender y alisar la pasta negra”¦ Un par de horas o tres y acera nueva, negra y brillante por la que las gotas de agua corrían sin agarrarse.
Pensé también en los adoquines, otrora tan habituales y ahora reducidos a rinconcitos como el Solar de San Miguel que dios, sabe quien, conserve muchos años. Pero claro, visto lo visto a ver a quien se le ocurre proponer que vuelvan a vestir nuestras calles. Total no son tan caros como las piedras italianas. Además, cuando hace falta hacer una zanja se retiran y una vez terminado el trabajo se vuelven a poner los mismos. Son incómodos para el tráfico rodado, pero eso mismo evita badenes y semáforos porque hay que ir despacio. Como son muy gordos no suelen romperse, y si me apuras dan un aire tradicional y hasta un toque decimonónico. Pero probablemente empobrecen, claro, y eso no lo podemos permitir en una capital que lleva la capitalidad de incógnito para no molestar a nadie.
Ciudades como París tienen muchas de sus aceras vestidas con asfalto y juraría que también calles adoquinadas. Es graciosa también la costumbre de dejar impresa la fecha en la que realizan los petachos de asfalto, lo que permite ver en un simple paseo lo que aguanta el material. Pero claro, París es una humilde ciudad, no como Vitoria.
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