Alberto Surio ha recibido el premio “Victor de la Serna” al periodista más destacado del año otorgado por la Asociación de la Prensa de Madrid. Una vez más nos enfrentamos a un premio simbólicamente confuso. Nos dicen que se premia al periodista más destacado, pero no nos dicen en base a que parámetros o en relación con qué eje se produce ese “destacamiento”. El caso en que en esta ocasión tiene uno la impresión que el destacamiento tiene más que ver con el destacamento en que se encuadra el tal Surio que en su más genérica adscripción al gremio de los periodistas.
De una parte es chocante premiar a quien gestiona un medio que desde su llegada ha perdido audiencias, cuyos proyectos estrella han resultado en gran parte estrellados y que en definitiva lleva a su grupo por un camino por el que algunos incluso empiezan a considerar su disolución como tal.
De otra parte es curioso que los méritos del tal personaje sean tan ponderados en Madrid como ignorados o criticados en el ámbito geográfico de referencia. Así es que pasado el tiempo de su gestión sus mayores logros son la depuraión ideológica del ente, la sustitución del término estado español por españa, la modificación del mapa del tiempo para que euskal herria parezca un accidente y no una realidad (cultural si se quiere, pero realidad a fin de cuentas) y la reorganización del ejército de tertulianos y colaboradores para hacerlo más acorde con la realidad social del país, la que refleja el parlamento en el que un porcentaje significativo del país está simplemente ausente.
Todo ello me lleva a concluir que al tal surio le han dado realmente al funcionario más destacado al servicio de la consolidación de una España grande, unida y ajena a veleidades separatistas basadas en mentiras e intoxicaciones, y todo ello al precio que sea, cueste lo que cueste, aunque sea el propio medio el que pague los platos rotos. Alberto es, en este sentido, algo más parecido a un comisario político que a un periodista resignado. Su labor tiene poco que ver con el periodismo, se trata sólo de un componente inercial, y mucho que ver con el adoctrinamiento. Incluso en este aspecto cabe más achacarle su fracaso que premiarle su esfuerzo. La bajada en términos de audiencia indica bien a las claras que lo que hace es demasiado evidente y molesta a la audiencia natural del grupo EITB. La que ahora se busca ya estaba cómoda en la SER, en la COPE, en Radio Nacional o hasta en intereconomía.
En fin, que una vez más algunos se olvidan de que algo raro habrá en que con mucha frecuencia los premiados en Madrid no cosechan resultados ni simpatías en nuestro país, pero sigan así, que se ve que son incapaces de, como buenos periodistas, leer la realidad y contarla. Tengo la impresión de que es más bien un premio de novelistas o ideólogos empeñados en constuir un relato con claras intenciones y un final soñado por ellos que de alguien a quien la realidad le preocupe.
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