Ahora que estamos de vacaciones y planeamos nuevos cursos, me gustaría a mi reflexionar sobre la creceinte frecuencia con la que oimos y leemos declaraciones grandilocuentes que nos hablan de educar para la paz, de desterrar la violencia, de armonizar la conviviencia. Y el caso es que en este tipo de discursos, especialmente en los que nos afectan por estas tierras se insiste una y otra vez en que nada se consigue con la violencia. Y el caso es que pienso yo que tanto como en esto debiera insistirse en demostrar que en efecto es posible conseguir lo que es justo sin recurrir a la violencia.
No entiendo demasiado compatible invitar a la paciencia y a la vez conducir a la desesperanza. El sistema debe demostrarse flexible. O tal vez la cuestión sea que quienes manejan las riendas del sistema deban usarlo para lo que realmente es, y no escudarse en la letra para escapar al espíritu que debiera imperar en una llamada democracia.
Es fácil predicar la no violencia, pero parece ser que no lo es tanto evitar que esa renuncia pueda con el paso del tiempo asimilarse a la sumisión, a la negación del cambio. Esto que cabe para Euskal Herria y su capacidad de decisión cabe igualmente para Cataluña y su estatut, pacíficamente logrado y generosamente cepillado y remendado. Cabe para los derechos laborales y sociales; cabe para los que pagan la crisis en la que los bancos y especuladores que la liaron siguen ganando con nuestros esfuerzos y con las generosas donaciones de quienes nos gobiernan. Cabe por ejemplo para el caso de Treviño, en el que nunca se ha usado la fuerza y ahí está, enquistado en pleno siglo XXI. Cabe en diefinitiva para muchas de las cosas que uno entiende justas y hasta necesarias y son, sin embargo, despreciadas.
Y es que eso también son formas de violencia. Puede que no explícitas ni sangrantes en lo evidente, pero sangrantes son para las mentes atrevidas que osan sostener una postura crítica frente al mundo y negarse a abandonar las ganas de cambiarlo.
en definitiva, educar para la paz es convencer que las cosas pueden conseguirse sin violencia, pero tambien sin trampas en el juego o juegos de ventaja, y eso pasa tanto por repudiar los métodos violentos como por garantizar el buen fin de los pacíficos.
Tal vez hablamos de niños cuando se habla de educar y de paz cuando mostramos nuestros sentimientos más paternales. El resultado del proceso sería una escuela de mañana, acorde a los propósitos del proceso.
Y tengo la sensación de que ni nos interesan los niños, ni su educación, ni la paz
Puede que cuando la sociedad admita esto, podamos por fín hablar del mundo que les tocará vivir a nuestros niños.
El proyecto de “La escuela de mañana” de la Asociación de Vecinos Valle Inclán de la Prospe por desgracia es una utopía como poco probable su continuidad.
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