Todos los años tiene esto del Jazz en versión festivalera un día de los que amortizan el abono o compensan el tiempo y el esfuerzo que hay que hacer para acercarse al festival.
Hoy tocaba Joshua Redman y cantaba Diane Reeves.
La noche empezó con un espectáculo de los que a mi personalmente me gustan. Me gusta de cuando en vez ver formaciones que vayan más allá del simple trio, el cuarteto el quinteto o la big band. Experimentos que encima resultan. Experiencias que tienen además lecturas diferentes que van desde lo visual hasta lo emocional pasando por lo social y hasta lo racial. Todo ello envuelto en una cálida atmósfera de puro jazz. El experimento consistía en montar dos tríos convencionales con sólo cinco componentes. Dos contrabajos, dos baterías y un saxofonista. Resultaba curioso ver a todos juntos, baterías blanco, bajista blanco, bajista negro, batería negro. Resultaba entretenido ver como las combinaciones funcionaban siempre en torno al saxo de Redman. De pronto era un trío, de pronto era otro, de pronto los bajistas se enzarzaban en solos pareados, de pronto los baterías hablaban a golpes. De pronto el saxo surcaba el aire. No se como extenderme en más detalles. Sólo recomiendo al que tenga la ocasión que acuda a verlo.
Tras el bocadillo y la correspondiente cervecita, llegó el momento para la cantante. Una vez más queda patente para triunfitos y demás Mónicas Naranjos que cantar no tiene que ver necesariamente con gritar. Que una voz modulada y con un registro amplio te puede llevar mucho más lejos que falsetes y demás artificios. Que no hay que llevar los pantalones en los tobillos, el caloncillo al aire y la gorra del revés para jugar con la voz y hacer sonar instrumentos. Que no hace falta llorar para emocionar. Si a todo lo anterior le unes que, cosa cada vez más infrecuente, el amigo Redman se anima a subir con uno de sus tríos y acompañar todo lo que acabamos de describir el resultado es el que fue. Una emocionante y completa noche de Jazz. Uno de esos días que termina convertido en noche en los que el aire del pabellón, menos ahumado desde que se acabó lo del fumar en sitios cerrados, se engorda con el denso aroma de la magia.
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