Estando como estoy inmerso en mis disgresiones veraniegas pensaba el otro día que, en lo que en relación con el viajero, más que con el turista, diferencia a unos lugares de otros es precisamente esta santísima trinidad del viaje. Como buena trinidad es un misterio, y como buen misterio es dificilmente explicable, complicadamente trasmutable y complejamente aplicable, pero igual también que los grandes misterios insondables, para los creyentes necesariamente asumible. Más necesario que contingente, podriamos decir incluso.
La estancia es un destino. No necesariamente el destino, pero destino al fin al cabo en el que pasamos el grueso de nuestro viaje. Etapa es un lugar de descanso en el camino. Un destino de segundo orden. Un punto señalado pero, volviendo a la metafísica, más contingente que necesario. Paso es tan solo una parada. Un alto necesario e inevitable ya sea por razones de la propia salud o de la del vehículo, ya por azar o accidente. Los pasos rara vez se planifican, simplemente se realizan.
Lógicamente en esta trinidad de los viajeros, de los que les reciben todos quieren ser destinos. Así los sitios de paso aspiran a ser al menos etapas, las etapas buscan prolongar su contingencia hasta hacerse necesarias y los destinos pugnan por no perder su carácter finalista y acabar converitdos en pasos o en etapas. A veces es posible y otras no. A veces es deseable y otras no.
ílava es en principio tierra de paso, por más que pugne por buscar su sitio en el olimpo convirtiendo pasos y etapas en destinos. Y he ahí el peligro. Porque puede que no estemos llamados a ser destino sino a reforzar nuestro ancestral papel de etapas. Ya sea en la tan nombrada Astorga - Burdeos, ya en el camino de Santiago, ya en las rutas de Madrid a Francia, ya en los puertos secos y en las autovías hemos sidio siempre etapa, y etapa reconocida. Nuestra propia capital y muchos núcleos de la provincia lo atestiguan, y aún hoy son muchos los que guardan un buen recuerdo de nuestra tierra sin pensar tan sólo en quedarse en ella.
El sitio donde vivo, La Puebla de Arganzón, es ahora etapa del camino de Santiago. Como antes fue parada de Postas y como siempre ha sido un alto en el camino. Las nuevas vías nos alejan los viajeros. Los nuevos medios van reduciendo las etapas, pero al final, cuando llega la noche y el cuerpo pide tregua, la torre de la iglesia sigue siendo un reclamo al que ahora se suman rótulos, carteles y señales. Es un sitio pequeño que debe ser, como siempre fue, acogedor pero no acaparador. Un lugar en el que escuchar al viajero y darle charla si la necesita. En el que entretenerle o limitarse a respetar su descanso. En el que atenderle y en todo caso aconsejarle sobre su viaje y su destino. El hostelero es aquí y más que nunca restaurador y su trabajo es dejar listo al viajero para el viaje. No es en absoluto un trabajo menor, y así lo agradecen muchos viajeros que nos convierten de sitio de paso en etapa de sus futuros viajes. Posiblemente no estemos preparados para ser destino, pero como antes decía, es también posible que no debamos prepararnos para ello sino para lo que estamos realmente en el camino, para ser etapa memorable y recordada, pero etapa.
Y esto que pasa en La Puebla pasa también a otra escala en todo el territorio. Y es que a veces el éxito no está en querer ser más de lo que somos, sino precisamente en reconocernos como lo que somos y lucirlo con orgullo y hacerlo con esmero. Así conseguiremos ser si no ya un gran destino, al menos una etapa principal, una parada de esas que se suelen considerar obligatorias y que debemos hacer que lo sea más allá de posiciones y mapas a golpe de conquistar corazones y satisfacciones, y esto no es mucho más que dar lo que nos piden y si acaso sorprender con algún extra, pero siempre sin querer cambiar en el viajero el mapa de su viaje. Que sea él mismo el que lo cambie, y si no, que vuelva de nuevo a quedarse entre nosotros mientras vuela sobre el asfalto camino de sus sueños, recogiendo de gentes como nosotros esas buenas sensaciones que antaño hacián que fuese más entretenido viajar que llegar.
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