Un día si y otro también hablamos de las fotos y su trascendencia. No se trata de esos pueblos incivilizados que te arrean un mamporro si les sacas una foto porque piensan que con ella te llevas su alma. Tampoco hablamos de aquellos otros que venden exclusivas en couché. Ni tan siquiera de los expedientes que se amontonan en los juzgados contra fotógrafos invasivos que traspasan setos y ventanas buscando una exclusiva “by the face”. No nos referimos a las fotos donde por arte de magia desaparecen personajes, ni a las otras donde lo que desaparecen son ojeras y arrugas. No, hablamos de las fotos realmente delictivas. Hablamos incluso de un nuevo tipo penal y de una condena suplementaria. Porque yo pensaba que lejos de sistemas que incluyen en su nómina de castigos cosas tan chocantes como los latigazos, lapidaciones, corte de manos, y demás lindezas, los paises donde nos gusta llenarnos la boca con aquello de la democracio y el estado de derecho teníamos una relación más corta de castigos. Se te puede sancionar económicamente. Se te puede privar de libertad en uno u otro grado. Se te puede inhabilitar para determinados cargos, y hasta incluso se te puede confinar y hasta obligar a residir en uno u otro sitio. Se te puede obligar a que publiques una rectificación y posiblemente haya alguna cosa más que ahora mismo se me escapa. Lo que me resulta más complejo de entender y asumir es que se te pueda condenar a no salir en las fotos, o en caso de salir a que tus fotos nunca sean publicadas. Y no depende de si eres guapo o feo, sino de lo que algunos consideran aplogía, ofensa y demás.
En un sistema en el que la pena de muerte no existe debiera considerarse la expresión en su sentido amplio y culturalmente vigente en pleno siglo XXI. La pena de desaparición o volatilización no es tan ajena a la de muerte. Ni creo que que pueda condenarse a nadie al olvido. De eso generalmente se encarga uno mismo y sus errores. Porque empezaremos por ahí y acabaremos prohibiendo esquelas, y hasta iniciales, hoy por esto y mañana por lo otro. Pero claro, las fotos son símbolos, y la lucha, ahora que las armas no suenan es sobre todo una pelea simbólica. Y puede que este sea asunto para otro apunte, y puede incluso que alguna vez lo hay ya tratado, pero lo sobreprotección de las víctimas y sobretodo, la atribución de competencias de las que carecen en vez de preocuparse realmente por su desvictimización lleva a situaciones paradójicas como la que actualmente vivimos, en las que un colectivo variopinto, únido báscamente por el dolor, se convierte en agente político en muchas ocasiones distorsionador.
Como suele decirse en estos casos al cesar lo que es del cesar, y al que no le gusten las fotos que no mire.
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