Inconsistencias

La semana pasada falleció un sintecho en vitoria Gasteiz. No se sabe exacatamente como ocurrió. La muerte es lo que tiene, no siempre se sabe cuándo, cómo, dónde y por qué. Eso sí­, el algo que fue queda de cuerpo presente y cueste más o menos idnetificar lo que fue, está claro lo que es.  De ahí­ el rótulo desde el que hablan los muertos más lejanos desprovistos de sus carnes, aquel de “Como te veo me vi y como me ves te verás”. Todo parece indicar no obstante, que pasaron tres dí­as las carnes del mendigo cogiendo frí­o.  Como no podí­a ser de otra manera el hallazgo causó deasosiego en la comunidad. Un desasosiego más estético que ético, porque con esto de la muerte en nuestros tiempos corren vientos cambiantes y simultáneos, es por así­ decirlo un caos metereológico.

La muerte real es estéticamente reprobable, pero si la recibimos mediada se asoma a nuestra cultura audiovisual y se convierte en espectáculo. La muerte es el final de la vida y la vida para muchos es un bien intocable. Aunque para la ví­ctima se haya llegado a convertir en un mal insufrible ha de procurarse la continuidad en el suplicio no se sabe muy bien en función de que perversa caridad. El sistema, en este juego de las garantí­as y los derehos se muestra entonces inconsistente, y nuestras conciencias o subconsciencias también.

Nos parece indigno e indignante que no pueda obligarse a un mendigo a dormir a cubierto e incluso a llevar una vida más sana y controlada, ir al médico, cuidar el régimen y tomar la medicación. Hay quien opina incluso que habrí­a que someter su voluntad aún con el uso de la fuerza con tal de hacerlo seguir viviendo. Dicen sin embargo los juristas que nada de esto puede hacerse sin violentar ciertos ámbitos de la voluntad personal. Es en el fonod parecido asunto al que acabó con un hombre ahogado en la zona de Bermeo que se empeñó en bañarse en pleno temporal sin que nadie pudiese hacer nada por impedirlo.

Pero el mismo sistema es el que permite a los agentes evitar un suicidio aunque haya que utlizar la fuerza para ello, y si bien en ambos casos la voluntad de abandonar la vida es parecida, en uno es manifiesta (la del suicidio) y en otra se trata, como dirí­an los mafiosos, de que parezca un accidente.

Ocurre algo parecido con la eutanasia. Sólo puede autoaplicársela uno si dispone de los medios y las fuerzas necesarias. Si bien todos coinciden en que es la mente la que nos hace humanos, el disponer sólo de ella nos hace presos de un cuerpo inerte e incapaces de defendernos de nosotros mismos y actuar en cosecuencia imponiendo nuestra voluntad. Nadie puede ayudarnos.

Pero al mismo tiempocuando la mente ya se ha ido tampoco puede nadie decidir por nosotros que ya no decidimos. Bueno si, al final deciden todos menos uno y los que mejor le conocieron a uno. Deciden jueces y fiscales, obispos y columnistas, gentes de a pie de calle o de codo en barra. Todos deciden menos los que importan.

En fin, que cuando todas estas cuestiones relativas a la muerte chocan entre ellas uno no puede por menos de sentir que el sistema en sí­ es un tanto inconsistente, en este y en muchos otros temas.

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