Publicado en diario de noticias de álava el 16 de noviembre de 2010
Hoy la octava columna se viste de séptimo arte y, como no podía ser de otra forma hablando de Berlanga, lo hace con lágrimas en los ojos. Lágrimas de pena y también de risa. Tampoco me voy tanto de tema ni me salgo de contexto. San Luis merece un espacio junto a Simeón el estilita en el Olimpo de esta columna. Lo merece con rango de patrón porque, matices al margen, esta realidad de la que a menudo hablamos si de algo tiene algo ese algo es de berlanguiano. La definición del término, que de la mano del académico Borau va lentamente camino del diccionario de la lengua, reza como sigue:
«Dícese de la situación coral aparentemente caótica o esperpéntica donde los caracteres muestran o ponen en evidencia su monstruosidad sin categoría moral pero de una forma vitalista».
A veces falta un poco de vitalismo, y pese a la opinión generalizada de la calle, son legión los que no carecen de categoría moral, por más o menos sui-generis que ésta sea.
Dicho esto no puede uno menos que lamentar la muerte de los genios. Lo que duele no es que se muera el árbol sino la certeza de no comer más frutos. En casos como el de Berlanga nos queda, eso sí, el consuelo de seguir disfrutando las conservas. De las primeras y de las últimas, incluida esa pequeña pero grande que da título a estas líneas y a un imprescindible cortometraje. Un plano secuencia de más de diez minutos manejado con maestría y precedido por un genialmente doblado discurso en el que oímos aquello de: “como caudillo vuestro que soy os debo una explicación, y esa explicación que os debo os la voy a pagar”. Dios, sabe quién, le oiga. Pero siguiendo con Berlanga y nuestra verde capital ya soñaría yo, igual que sueña la maestra el sueño que no pudo soñar 50 años antes, en ver a nuestro alcalde, sea quien sea, decir desde el balcón del consistorio aquello que en su día dijo Isbert:
“Que arreglar el pueblo cuesta dinero, pero ni un solo céntimo ha salido de la caja municipal. Porque la caja municipal, lo sabéis de sobra, no ha tenido nunca un céntimo y siempre ha estado vacía”,
y terminar, como el propio Pepe hace al rematar una frase del cacique, con aquello de”¦ “ahí le has dao“. De momento nos quedamos con una de las últimas de Berlanga: “Yo pensaba que lo más jodido de mi vida había sido la censura de Franco. ¡Pues no! Lo más jodido es la pérdida de la memoria“. Aplíquese a muchas de nuestras realidades cotidianas y pídase al austrohúngaro patrón que no nos deje caer en la tentación de olvidar.
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