Publicado en Diario de Noticias de ílava el 23 de noviembre de 2010
Mi hija tiene nueve años recién cumplidos. Como a todas las niñas le gusta guardar sus ahorros en una caja, en un bolso o en dónde sea que pueda de cuando en vez contarlos. Lo hacen los niños y cuando terminan sus sumas se sienten enormemente ricos. Unos con diez y otros con cien, pero todos dueños de su tesoro. Son sus ingresos que, una vez contabilizados, se convierten en sus sueños.
Como quien analiza complejos balances y proyecta grandes inversiones, mira la niña los catálogos de juguetes, atiende a los precios de los anuncios y se fija en las etiquetas de los escaparates. Consciente de la cifra de sus ingresos, del volumen de su tesoro, fija un primer objetivo, una consola, para la que por desgracia le falta dinero. Mientras lo busca o sueña con encontrarlo, que suele ser más frecuente, establece nuevos objetivos. Así tenemos que sueña Oli con su consola ligeramente inalcanzable. Pero aspira también a un juego de construcciones, para el que le llega con lo que tiene. Cambia de pronto sin renunciar a lo anterior y piensa que tiene suficiente para unos zapatos. Sin comprarlos aún, pero casi sintiéndolos en los pies, se le antojan unos libros y de cuando en vez, en un arrebato altruista y solidario, hasta piensa en contribuir con su tesoro a unas vacaciones o un crucero.
Ocurre todo esto mientras mi niña come golosinas, colecciona muñequitos de las máquinas de un euro y ojea la revista de sus dibujos animados favoritos.
Cuando llega por fin el momento de comprar la Nintendo, Oli se enfrenta con la realidad. No sólo no han aumentado sus ahorros, sino que chuche a chuche, que diría un ilustre opositor, han menguado y donde antes le faltaban quince le faltan ahora cien. Vuelan de golpe la consola, los zapatos, los legos y los libros y se hunde el crucero, como vuelan de repente auditorios, congresos, crono-pabellones, centros cívicos, estaciones y hasta trenes soterrados. Y el caso es que a todos nos da pena. Y entonces cogemos padres y madres y le adelantamos el dinero que no tenemos y que pedimos a sus abuelos que se lo piden al banco que nos lo había quitado antes, y todos a una gastamos lo que no tenemos y aumentamos nuestras deudas y vivimos los adultos como sueñan los niños hasta que de pronto despertamos. Madoff en la cárcel y nosotros arruinados por culpa de las niñas de nueve años. Eso sí, la más virtual de las ciudades, igual que la niña de mis ojos, sigue creciendo, y visto lo visto no descarto que algún día sea incluso concejal.
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