Ya pasó. Las urnas dieron vuelta y vomitaron su veredicto, el veredicto parcial de la suma de papeletas y sus ausencias. Ahora las voluntades populares, expresadas una a una, pierden su personalidad e incluso sus razones y son pasto de dos colectivos igualmente voraces… los analistas de los medios y los de los partidos. Unos y otros suelen con frecuencia equivocarse en el antes el durante y el después y al menos de cuando en vez adivinan tendencias o descubren extrañas motivaciones. Generalmente sin embargo, apenas pasan de lo obvio. Así pues, y como somos legión los que en estos momentos aporreamos nuestros teclados buscando acumular el mar de las obviedades, voy al menos a intentar ser desorganizado, caótico y poco reflexivo. Voy a soltar unas cuantas cosas que así en caliente me pasan por la mente sin orden ni concierto. Por cierto… ¿tendrán ahora los catalanes el concierto que en su tiempo no quisieron sus dirigentes? ¿o sumarán un pasaje más a su propia sinfonía de fracasos, cepillados y demás desafueros que hacen que la gente acabe un poco harta de tanto ilusionarse para desengañarse luego?
De un tiempo a esta parte en esto de las elecciones ocurre algo raro. Todos coinciden en que la baja participación no es algo que tienda precisamente a legitimar el sistema. Pero el caso es que siguen, día a día fomentando el desencanto, que suele ser en definitiva el que hace que la gente estime que lo del voto útil es de lo más inútil para todos menos para algunos. Curiosamente, la gente de derechas en todas sus variantes, a la que llamaremos conservadora, suele ser menos proclive al desaliento. Puede que porque ven que así van bien. Que nada cambia a pesar de que de cuando en vez salgan progres, rojos y verdes en alagaradas de noches electorales con resacas que duran cuatro años. Tras ellos van los sagaces portavoces y concluyen que las izquiererdas retroceden. A menudo sin embargo, ni retroceden tanto los que tienen reales deseos de cambio ni avanzan tanto los que aspiran a que todo cambie para que todo sigua igual. Este puede ser uno de los casos.
Históricamente resulta cierto que los procesos democráticos de cambio suelen basarse en circunstacias que sólo se dan en ciertos momentos: uno, que se consiga trasladar la impresión de que el esfuerzo merece la pena, esto es, que por fin va a poder cambiarse algo; dos, que la oferta sea una y que los que dirigen las fuerzas que aspiran al progreso sean capaces de dejar sus gateras llenas de pelos y presentarse ante la sociedad como oferta posible y hasta necesaria. Sin renuncias ni falsas promesas, al modo de pasados frentes populares o grandes coaliciones por el cambio. Cada vez es más difícil porque cada vez son más los bofetones que siguen a ciertos esfuerzos. En casos como estas elecciones en concreto, llama la atención la atomización del voto progresista, y la escasa credibilidad que en cuanto a las posibilidades de cambio ofrecen unas fuerzas que se limitaron a dar un paseo por las ramblas cuando se les cepillaron entre diputados españoles y jueces constitucionales su añorado y peleado estatuto. Por cierto, incluso Mas tuvo una curiosa intervención en el proceso.
Por otra parte, y habida cuenta de lo curioso y peculiar y hasta caprichoso del sistema electoral, y de los recovecos de la ley D’hont, y de los cantos de sirena sobre las circunscripciones que al final nadie cambia porque cálculos sencillos indican que asi todo sigue casi igual para los que están en el machito, si que llama la atención en este mundo de brocha gorda cómo resultados que dan o quitan escaños por puñados de votos se conviertan de repente en tendencias universales y hasta en cambios de índole antropológica o social. Ocurre sin embargo, que yo sigo en mis trece de que si algo dicen los resultados eso se llama desencanto. Y si no valga un dato.
Todos contentos porque la participación ha subido. Han votado 153.656 ciudadnos más, lo que supone un incremento del 5,15%. Pero el voto en blanco ha crecido un 53,26% (32.087 nuevos blancos), y el nulo, un 60,06% (8153 nuevos nulos). si eso no es la crónica de un desencanto que venga Mas y lo vea.
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