El próximo fin de semana habrá una consulta en Vitoria – Gasteiz. Se trata de una amenaza presunta o real sobre un parque vitoriano. El parque como tal era conocido antaño como las campas de Arriaga, y básicamente era un sitio al que se iba casi casi de excursión. La cosa es que en una de sus esquinas se va a construir una estación de autobuses. Entre los muchos inconvenientes que se han encontrado a la misma el que más ha calado en la población, o en parte de ellas es el de la afección a la vegetación del parque que será destruida. Las cifras bailan, y lo que para unos es una catástrofe ecológica para otros es apenas un pequeño porcentaje. Pero da igual. En otro post contaré la evolución de esta zona y su historia.
El caso es que la consulta, en la que se preguntará “¿Quieres que se respete en su totalidad el parque de Arriaga?” se realizará, y el caso es que ese hecho mismo de la realización de la consulta se esgrime como todo un monumento a la participación, a la democracia y a la denuncia de la cerrazón, ceguera y falta de sentimientos ambientales de quienes apoyan la construcción de esa estación. Argumentos tales como la conveniencia del proyecto en sus actuales términos, la no existencia de un parking asociado, la circunstancia de que estando junto al punto en que se unen los dos ramales del tranvía se coloca donde sólo puede accederse directamente a uno, y así un largo etcetera de cuestiones que serían planteables, quedan, como diría el otro… para los técnicos.
A los adalides de la participación les interesa el parque y plantean la cuestión en términos sencillos… si dices que no a la pregunta eres poco más que un salvaje desalmado que quiere destruir parques. De la estación ni hablamos.
Y el caso es que ante este tipo de consultas cada vez me planteo más si su realización es la panacea democrática. Es más, me cuestiono incluso si son una herramienta válida y eficaz de asegurar la participación ciudadana. Y lo cierto es que tengo la impresión de que no es así. Las consultas se basan a menudo en preguntas simples a las que sólo puede responderse si o no. Preguntas que además buscan una respuesta determinada más que una respuesta reflexionada. Por eso pueden ser o demasiado simples o demasiado complejas. Hay incluso expertos en redactarlas, y es curioso, porque hasta los redactores de esta, apoyados en el NO, buscan que a la pregunta se respnoda SI. Se ve que saben que las respuestas positivas tienen más gancho.
Las consultas además no siempre ofrcen las suficientes garantías de respeto a las posturas contrarias de las que se postulan. Con todo el respeto a las personas que en este caso velarán por su limpieza, no quedará nunca muy claro a la vista de los resultados sean cuales sean el punto hasta el que estos vinculan o representan la vluntad total de los ciudadanos. E incluso, llegando a este punto, cabe preguntarse hasta que punto es razonable que un barrio decida sobre la instalación de una infraestructura que sirve a intereses más allá del barrio.
La gente que no participe puede que lo haga de forma consciente y voluntaria, y que con ello manifieste a su vez una postura. ¿Será escuchada o tenida en cuenta por los convocantes? Por otra parte, si de lo que se trata es de una estación de autobuses… ¿por qué no se habla de ella en la pregunta?
No sé, insisto en que no tengo conclusiones, sino percepciones, y estas me indican que determinados mecanismos tenidos por ejemplarmente democráticos y participativos, como lo son por ejemplo las consultas y las asambleas, a menudo no lo son tanto, con frecuencia no son lo que parecen.
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