Unas cuantas veces he participado en procesos de selección para puestos que podríamos denominar 2.0 en instancias relacionadas con la administración o sus aledaños. Lo hago de cuando en vez, lo de participar en procesos de selección sean públicos o privados, más que nada por ver si según voy cumpliendo años mis expectativas laborales existen o les pasa como al pelo, que o desaparece o se vuelve gris. Pero volviendo a las que afectan básicamente a la administración, en todos los casos mi análisis final ha sido de frustración. No tanto por no obtener el trabajo, que ya he comentado que no era mi objetivo principal y que a menudo no era como para matarse por él, sino por las reflexiones que sobre el sistema me provocaba el “fracaso”. Esta vez no he pasado tan siquiera la fase de admisión. Según parece alguien decidió que para ser técnico de comuniciación había que ser específicamente periodista, no licenciado en ciencias de la información, aunque sea por ejemplo en la rama de imágen.
Uno se asusta cuando se enfrenta con la administración, sus modos y sus procedimientos y los encuentra tan escandalosamente decimonónicos. Cambian las lámparas por los fluorescentes y estos por las luminarias de bajo consumo, las olivettis por los monitores de tubo, estos por los tfts. Pero sigue sonando el ruido de los sellos y los tampones y se siguen acumulando toneladas de papel que pasan de mano en mano. Cuando sucede algo relevante, ya sea previsto o imprevisto, uno tiene de improviso la sensación de que lo que se sella es más el papel que lo que contiene. Al final es un poco como los notarios, institución igualmente decimonónica donde las haya, que en realidad no certifican verdad alguna, sino que los que se presentan ante ellos son quienes dicen ser y tienen las intenciones que dicen tener. Es el reino del reglamento, la normativa y el requisito. De la acumulación de papel para demostrar que lo que se dice es cierto, sea oportuno o no, sea preciso o no, sea simplemente necesario porque así lo dice el procedimiento.
La comunicación, y especialmente la que gira en torno al uso y disfrute de las nuevas tecnologías, es una disciplina en cambio contínuo. La comunicación, como toda actividad que requiere un componente de creatividad, ingenio y afán de innovación es poco encasillable en el entramado de quisitos y requisitos que la administración impone, y si hablamos por ejemplo de titulaciones aún más. Cierto es que las titulaciones aportan en lo profesional y en lo cultural un background, un fondo de armario que podríamos decir en castellano, en cuanto se refiere al conocimiento de los medios, de los lenguajes, de sus usos y evolución, de historia, sociología, economía, derecho, psicología, filosofía, teoría de la comunicación, lingí¼ística, literatura, Narratología, y hasta ética o deontología profesional, asignaturas todas ellas que formaron parte de mi itinerario formativo. Pero en el terreno en el que nos movemos, y con lo que nos gusta sobre todo cambiar el nombre de lo que somos, tanta precisión en el requisito es para empezar un mal asunto. Puede dejar fuera sin posibilidad de examen (en el buen sentido de la palabra, no en el académico) a buenos candidatos.
Cuando valores como la trayectoria, la capacidad de innovación, la adaptabilidad a los cambios tecnológicos, la creatividad, la capacidad de iniciativa y tantos otros valores pasan al nivel de secundarios el asunto es dramático, más aún si consideramos que, los que vamos camino de ser tachados como ancianos, estudiamos en facultades en los que un ordenador era un objeto de culto, las cámaras de vídeo llevaban tubos, y nos hartábamos de revelar negativos y quemar papeles en el laboratorio.
Claro que aquí los errores se encadenan, porque si la administración es como es, tampoco parece que los cazacabezas le anden a la zaga, presos como están de los requisitos que alguien habrá aconsejado. Los curriculums escritos son accesorios, lo importante es la ficha curricular, la que no deja lugar a lo poco habitual, a lo curioso, a lo poco ortodoxo… Talentos del XIX para trabajos del veinte con un punto en medio…
En fin, que con estos planteamientos no iremos muy lejos no ya en la mejora de la comunicación, que no deja de ser un síntoma, sino en lo que es más importante, la modernización real de la administración y sus procedimientos. No iremos muy lejos pero tampoco nos quedaremos cerca. Nos perderemos en el horizonte oscuro del pasado. Eso sí, no tendremos opción a interponer el pertinente recursos por estar incursos en el flagrante incumplimiento del apartado x del punto z de las bases registradas y publicadas en el plazo oportuno.
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