Publicado en Diario de Noticias de ílava el 28 de junio de 2011
Hoy me siento solidario con el archicitado titular paradigma del anglocentrismo. Aquel que indicaba que, como consecuencia de un temporal en el canal de La Mancha, el continente se había quedado aislado. Pues así está no ya el continente sino el mundo entero: aislado y yo sin Internet. La brecha tecnológica se me ha hecho zanja infranqueable, y todo por un capricho de mi router, que tras ocho años de servicio ininterrumpido se ha cogido las vacaciones con un ligero adelanto.
Tan felices me las prometía yo y mira tú que una pequeña incidencia tecnológica se convierte en un acontecimiento de proporciones planetarias y te devuelve a los años remotos de la historia más antigua: aquellos en los que no existía Internet. Aquellos años en que uno escribía una columna como esta, la metía en un disquette (si, si, los disquettes existieron y algunos incluso conocimos y usamos los de 5 1/4), y la llevaba en su bolsillo hasta su destino. Por el camino iba uno hablando con los que se encontraba, no saludándolos con la mano mientras habla con los que no se encuentra. Porque puestos a evocar recuerdos, piénsese que hablamos de aquellos años en que no había teléfonos móviles. Tiempos en los que éramos capaces de recordar los números de teléfono de la familia y amigos y hasta incluso de marcarlos en correcto orden sin ver en ningún display los números que íbamos marcando mientras esperábamos el retorno del disco con el dedo dispuesto. En el buzón, de cuando en vez encontrábamos alguna carta no comercial, y si teníamos una urgencia íbamos a Correos y Telégrafos y poníamos un telegrama. Stop.
Con el mundo nos conectaba la radio o la tele, y puestos a oír música íbamos a nuestra discoteca, elegíamos un disco y lo poníamos en la cadena. Los viejos vinilos los oíamos en casette, otro invento ya desaparecido, y cuando teníamos un rato nos sentábamos con el café y nos dedicábamos un tiempo adecuado a la lectura sosegada del periódico.
Pues bueno, todo ese mundo he tenido hoy ocasión de recuperar mientras miraba desesperado la luz ausente de mi router, mientras vivía mi mañana pretérita y el planeta permanecía aislado en su totalidad frente a mí. Quien sabe, igual hasta me gusta y lo repito. O puede incluso que haya quien decrete, que al modo de la cuaresma o el ramadán, es bueno a veces que el hombre esté solo, y el planeta también, e imponga un mes de ayuno tecnológico. Yo tengo un par de meses para pensarlo. Hasta la vuelta pues, eso si, si nos vemos nos hablamos.
Leave a Comment