Ayer era día de Santiago. No hace aún muchos años era un día en blanco tras una noche agitada. Hace algún año más que pocos era un día que empezaba pronto a la mañana para ver la carrera de burros y discurría entre ajos y blusas, un poco de algodón hilado y algún que otro regalo.
Este año me apetecía pasarlo de día, lo cual, con el tiempo que hace este verano, fue un tanto temerario.
Vitoria estaba llena de paraguas. Más que el día del blusa parecía el de Celedón de tanto “euritako” como había. Algodón no ví, y de los globos huí. Eso sí, gente toda. Tan prietos que hasta se podría decir que sobraban paraguas para cubrirnos todos. Salió ayer un Santiago de esos que son buenos para relanzar la idea de las calles cubiertas, y malos para barracas, terrazas y tenderetes.
Una feria de ajos que más mejor hubiese estado unas horas antes, tampoco muchas, para dar a los noctámbulos de vísperas unas reconfortantes sopas de ajo. Porque la verdad es que ya, y eso lo comenta todo el mundo, los ajos ya no son como los de antes. Entonces se compraban se llevaban a casa y se colgaban. Y duraban no ya días, sino meses y si se me apura… hasta el próximo Santiago. Pero se ve que hasta a los ajos ha llegado aquello de la obsolescencia programada y ahora, cuando coges el ajo lustroso al cabo de apenas un par de semanas, lo aprietas para pelarlo y solo sale polvo, aromático pero polvo.
En fin, que tras mojarnos un poco, comer un helado y acabar agotados de esquivar paraguas con el nuestro, como si fuésemos tranvías sin vías, nos fuimos para casa y más tarde nos volvimos para casa. El algodón ni lo probamos, y las barracas ni de lejos. Ya vendrán más días, más fiestas y esperemos que menos lluvias.
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