A veces el refranero supera ese punto majadero y descubre que la innovación es más bien innovanominación. Dicho más claro, que lo que hoy nos sorprende ha ocurrido siempre y debieramos ya estar avisados. Me refiero con esto a “los mercados” como entes animados y animosamente hostiles contra el grueso de la población. Y me refiero a las agencias de calificación, como útiles herramientas, hasta mamporreros podíamos decir, de esos “mercados”. Y me refiero en general a todo ese entramado “financiero” que creamos o crearon para mejor gobernar nuestra economía.
Por si alguien todavía no lo ha intuido, estoy evocando aquello de “cría cuervos y te sacarán los ojos”. Aunque también podíamos haber aprendido de toda esa rama de la ciencia ficción que se ha dedicado a elucubrar con seres artificiales, robots, replicantes, robocops, halles2000 y tantos otros cacharros que acaban por hacerse dueños de sus creadores.
El mecanismo es siempre el mismo.
Se crea una herramienta y se perfecciona hasta que adquiere rasgos aparentemente humanos y a menudo capacidades más que humanas, sobre humanas. Como son concebidas como herramientas se les trasmite de todo menos algo: los sentimientos, las emociones, los valores. Son esencialmente finalistas. Son metodológicamente eficaces. Capaces de concebir estrategiar y materializar tácticas, pero incapaces de moverse por valoraciones éticas. La ética es bien sabido que resulta un obstáculo para los grandes logros colectivos. Puede que no sea un obstáculo insalvable, pero siempre es cuando menos un retraso, y la eficiencia como todos sabemos está reñida con Bizancio y sus discusiones, y hasta con el sexo de los ángeles. Las herramientas no leen filosofía. No saben quien fue Kant, y de la historia sólo les interesa la parte que se acerca a la tecnología. Prefieren a Pitágoras y dejan de lado a Aristóteles.
Nosotros, como cuerpo social creamos los mercados. Establecimos leyes y principios. La oferta y la demanda, la economía de mercado. Y los “mercados” fueron creciendo hasta hacerse más fuertes que nosotros. Fueron eliminando frenos. Cayeron los marxistas revolucionarios. Desaparecieron los anarquistas. Sucumbieron los Stalinistas y hasta sus herederos. De los eurocomunistas ya nadie se acuerda, y hasta los socialdemócratas son según dicen cosas del pasado. Ni siquiera los social cristianos, ni el capitalismo social de la iglesia quedaron a buen recaudo. Ahora solo quedan los estados, y poco a poco van cayendo como castillos de naipes presa de sus presuntos esclavos.
Todo es como una o varias películas. Todo salvo una cosa. Que como no recuperemos nuestro papel de guionistas con fuerza y energía, con decisión y sin reparos; como no nos impongamos como reales protagonistas, el final no va a ser el de una película de ciencia ficción, sino más bien el de una de miedo. Y en la peli de la que hablamos los muertos no son falsos, ni la sangre simulada. Hablamos de nosotros y de nuestra sangre.
En casos como este, es bueno ser clásico y soñar un happy end, pero mejor es tomárselo en serio y cambiar de plano y hasta de director. Saltar desde nuestra butaca de espectador y reconquistar la pantalla que nunca debimos perder, y recordar, eso siempre, que las mejores herramientas siguen siendo nuestras manos, y que el mejor cerebro no necesita baterías, sino bocadillos, y que el mercado no es nuestro dueño sino si acaso nuestro esclavo.
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