Voy a seguir este fin de semana, tal como adelanté ayer, con mis explicaciones sencillas de problemas complejos. Y vamos a seguir con lo de las privatizaciones. Lo que son, lo que nos cuentan, lo que no son y lo que no nos cuentan. Ayer hablaba del caserío y la vaca y esta noche he tenido un sueño… Voy a contar la segunda parte del cuento de la lechera, la parte que no aparece en el cuento. La parte que nos ocultan a propósito cuando nos hablan de esta crisis.
Todos sabemos que en el cuento, la lechera, lleva la leche de la vaca de casa al mercado. En todo un prodigioso adelanto de lo que es la teroría de la burbuja y la práctica de los mercados, la leche va creciendo sin parar en expectativas sin que en ningún momento haya más leche que la que hay en el cantaro. Así pasamos de la leche al palacio sin producir más leche, simplemente generando valor y más valor en una cadena que, igual que ocurre en la realidad, descansa sobre bases muy frágiles, y que al menor tropezón termina hecha añicos y con su contenido desparramado por el camino.
Esto no nos lo tienen que contar. Esto lo hemos vivido. Y puede que todos hayamos tenido algo de lecheras, pero donde unos íbamos con un cántaro y aspirábamos a una simple vida otros andaban con los cántaros de otros y aspiraban, esos si, a palacios, joyas y princesas. Curiosamente el tropezón se lo han dado ellos, pero el cántaro se nos ha roto a nosotros y la leche que se ha perdido es la nuestra. Ellos han conseguido sus palacios y en ellos siguen instalados.
Para más inri nos quieren convencer de que ahí termina el cuento, y aprovechando que las lágrimas hacen borrosa nuestra vista, quieren convencernos para que les entreguemos la vaca. Nos dicen que como el cántaro que se ha roto no lo habíamos pagado, y como además debemos no se qué y no se cuanto, pues que lo mejor es que les vendamos la vaca para saldar nuestras deudas y seguir trabajando. Eso básicamente es lo que son las privatizaciones que los mercados reclaman. Que vendamos nuestras vacas para pagarles las deudas.
Pero como todo el mundo sabe, si vendemos las vacas nos quedamos sin fuente de ingresos, y a partir de ahí ya no tendremos leche para vender y soñar, pero tampoco para comer. Y ese es el final del cuento que no nos quieren contar. Que la lechera volvió a su casa y siguió ordeñando a su vaca. Y la lechera y su familia siguieron desayunando grandes tazones de leche, y se olvidaron de los sueños de los mercados y se dedicaron a vivir según los medios y las necesidades que tenían. Y hasta la vaca fue más feliz. Porque dejó de estar sobreexplotada. Y la leche que les sobraba, en vez de especular con ella, se la daban a un vecino que no tenía vacas, pero eso sí, era muy habilidoso reparando goteras y gustosamente les ayudó a areglar su tejado. Y los unos y los otros fueron felices y comieron perdices, y se rieron recordando como en su día estuvieron a punto de vender la vaca para pagar sus sueños rotos, y miraron al futuro pensando que todo consistía en hacer suyos sus sueños, y no en soñar sueños ajenos e interesados que al final siempre se acaban convirtiendo en pesadillas.
Y es que todo el mundo sabe, que cuando hay que vender la vaca hay que abandonar el caserío, así que mejor quedársela para uno.
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