Estos días estamos todos tan absortos con el shock y el post shock del #AgurETA que lo de Gadaffi se nos ha pasado como de rondón. Y es grave. Lo que ha pasado y que se nos haya pasado.
Para enlazar los dos temas no hacen falta ejercicios malabares. Basta con ir de lo particular a lo general y hablar de ética y de política como estos días tanto se ha hablado. Reflexionar sobre la relación que existe, ha existido y existirá entre la violencia y la política. Y derivar hacia el papel que la ética tiene en la política. En su día, hace más de tres años, ya expresé mi posición en torno a la relación entre ética y política (“ética, política y espectáculo“). Para evitar lecturas en todo caso recomendables (:-)) diré que mi tesis es que ética y política son disciplinas más divergentes que concurrentes en tanto que una es el resultado de una actitud individual e inmediata y la otra responde a intereses colectivos y de largo recorrido. Si acaso, decía, que la única aplicación de la ética en la política es mantenerse leal a los principios de búsqueda del bien común que deben animar la actividad política y alejado de la búsqueda del beneficio propio o el lucro personal que por desgracia abundan más de lo que sería conveniente.
En las reflexiones sobre el fin de ETA hemos oido a menudo hacer apelaciones a la ética, y hacerlas además en clave de cuestionar el uso y empleo de la violencia desde una dimensión ética. No diré yo que no pueda hacerse, lo de pedirlo. Pero la historia se encarga de demostrar la inutilidad de tal esfuerzo. Más aún cuando si algo caracteriza a la ética, o al menos así debiera ser, es su carácter universal. Y lo que yo he visto y he oido estos días hace que, cuando pongo en relación los dos acontecimientos que acapararon la información de la tarde del jueves 20, no me quede más remedio que concluir en que para mucha gente la ética tiene fronteras, lo que al menos para mi, viene a significar que muchos hablan de ética sin conocerla o cuando menos sin practicarla.
Con lo de Gadaffi no se puede mirar a otro lado. Como no puede mirarse a otro lado con lo de Bin Laden, Saddan Hussein, Ceacescu y si se me apura hasta Mussolini, por poner algunos ejemplos ilustres y no traer a colación cosas más prosaicas como Zapata, el Che, la guerra sucia contra el IRA, los GAL, la Baader Meinhoff, las Brigadas Rojas, el PKK, los Tupamaros, Sendero Luminoso, los Checheno o hasta los palestinos. Es cierto que es humano, que es una reacción comprensible, que ha sido una explosión incontrolada, un golpe espontáneo e imposible de neutralizar. Puede que sea cierto que unos y otros hicieron en su vida méritos incontables para tener semejantes finales… Pero también es cierto que con decir eso demostramos lo poco que hemos avanzado en la dimensión ética de nuestra sociedad. Entre la ejecución salvaje y callejera cuyo relato pone los pelos de punta a que los educados parisinos sometieron a Ravaillac por su regicidio de Enrique IV hace cuatrocientos años, y las imágenes que acabo de citar de los últimos 70 años la diferencia está únicamente en el soporte. Del grabado al vídeo digital sacado con el movil pasando por la fotografía o el vídeo analógico. En todos los casos son muertes violentas ante las que “el club de los éticos occidentales” mira hacia otro lado. Y ese es el error. Si apelamos a contruir una ética de la política, debemos partir del axioma de que en un sistema ético no caben las excepciones salvo que estén establecidas como reglas. Y que estas excecpciones requieren el más duro de los debates desde la más sólida de las convicciones ético morales para convertirse en reglas sólo y únicamente cuando sean necesarias y realmente inevitables . Si no lo hacemos así seguiremos, como siempre, hablando de política y usando en vano el nombre de la ética.
Desde este punto de vista, lo de Gadaffi era evitable… ¿por qué no se evitó entonces? Desde este y muchos otros puntos de vista, lo de Gadaffi es condenable, ¿por qué callamos entonces? Al final lo que resulta es que por desgracia, la ética tiene fronteras, las de nuestros intereses.
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