No es que sea Nostradamus, pero sentado aquí, solo frente a mi ordenador y al lado de la radio, oigo, leo y veo noticias sorprendentes que de repente me encajan en los recuerdos de la historia y dejan de sorprenderme. Me sorprende, eso si, que sea el único que no se sorprende, lo que me tranquiliza, porque mi metáfora es más bien lúgubre.
Están los medios sorprendidos porque, lejos de reaccionar favorablemente a la dimisión de Berlusconi, los mercados han reaccionado desfavorablemente a la noticia de su triunfo. De su último triunfo. Un presidente más, uno incluso de los que podríamos pensar que es de los suyos ha caido. Otro de sus peones toma, democracias, elecciones y partidos al margen, las riendas del sistema para mejor adaptarlo a sus órdenes. Y ellos van y lanzan otro ataque. Y todos, como digo, se sorprenden.
Se sorprenden como se sorprendieron en su día Daladier o Chamberlain cuando después de intervenir abiertamente en España Hitler invadió los sudetes, y no contento siguió con el resto de Checoslovaquia, y no contento con ello siguió con Lituania, y Polonia. Y entonces dijeron basta, y Hitler acabó la jugada y se quedó con Francia, y con Polonia y con toda Europa. Ya sabemos lo que hizo con ella lo que le duró, y lo duro que fue quitársela.
Ahora “los mercados”, a los que no les vemos la cara porque se esconden tras los bancos de las plazas financieras, se han puesto el bigote y el flequillo, y siguen imparables su avance en pos de su particular Reich. Y nosotros como bobos, como Chamberlain y Daladier, practicando como idiotas la política del apaciguamiento y dándo carta de naturaleza una vez tras otra a sus cada vez más disparatadas peticiones.
A veces tengo la impresión de que lo que sobra es el euro. Y seguirán su camino hasta que lo entierren, y de paso hundirán com han hundido Grecia, y luego Italia y luego el Reino de España, y si tiene que caer Francia lo mismo da. Y nadie podrá pararles porque ni Putin es Stalin, ni Sarkozy es Degoll, ni Obama Eisenhower, ni Cameron fuma puros como Churchill. Lo más parecido que tenemos de aquellos es a Hinderburg – Merkell, empeñada en institucionalizar el bigote de los mercados.
Yo empezaría a estar atento, porque si entonces fue la noche de los cuchillos largos, aquí llevamos ya demasiado tiempo apaciguando a los mercados sus días de los dientes largos.
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