Hay un aspecto de la crisis esta que vivimos, y especialmente de las noticias, comentarios, conversaciones y demás elementos que la adornan que me tiene un tanto sorprendido. Ayer pude leer en twitter algunos comentarios al respecto, pero en cierto modo sigo convencido de que esto funiona un oco en la clave del viejo dicho aquel de dime de que presumes y te dire de que careces. El enunciado aquí podríamos también plantearlo como dime lo que callas y te diré de lo que presumes.
El caso es que a lo largo y ancho de la crisis solo oigo hablar de dinero. De intereses y tantos por cientos. De rentabilidad de la deuda. De solvencia bancaria. De monedas y sus cambios. Y el dinero en si mismo, pese a los cambios en el sistema monetario, no deja de ser un ficticio convenido. Algo que no tiene valor más allá de lo que representa. Algo que puede volar y crecer en nuestra imaginación, pero que según crece y vuela se aleja de la realidad y se convierte en algo hueco. La famosa burbuja.
A nadie oigo hablar del producto. De los bienes y servicios. Se ve que eso no está en crisis. El único problema es el dinero y su ficción. Una vez más el ser humano se muestra capaz de, partiendo de una necesidad, crear una ficción y hacerla crecer hasta que se convierte en un problema necesario y en una solución imposible. Lo mismo hicimos con los dioses y ahí andamos, judíos, musulmanes, budistas y cristianos.
Y es que tengo la impresión de que tanto llenarnos la boca con aquello del valor añadido y despreocuparnos por el valor del producto entendido en términos de satisfacción de necesidades y de factor de estructuración social en Europa estamos un tanto desorientados. Hemos dejado de trabajar para pensar y resulta que al final sobran pensadores y como ya no necesitamos trabajadores pues así nos va.
A mi me da que hay que dejar de mirar al cielo donde flotan las nubes de bonos, valores y conceptos y volver la vista a la tierra donde vivimos. Y plantearnos que es lo que realmente necesitamos, y más aún, plantearnos que es lo que tenemos y como podemos usarlo para vivir todos. Dejarnos de crear burbujas y dedicarnos a fomentar el valor más importante que tenemos, ese valor que siendo posible nos quieren convencer de que se trata de un utopía, y que no es otro que ser capaces de aspirar a vivir la vida más feliz de las posibles. Y eso implica recuperar la humildad que quizás nunca tuvimos, y hasta la modestia, y leer más a Marco Aurelio o a Séneca que a Jobs, a Conde o a Botín. Y dar de nuevo valor a lo que realmente vale: a tener tiempo para vivir y a asumir que consumir no es un fin, sino tan solo un medio necesario y necesariamente responsable, y a que crecer ad infinitum es una forma más de asegurarse un factor constante de frustración.
La cultura romana duró siglos, muchos siglos. Y puede que uno de sus factores de éxito fuese mantener constante, en lo que a la economía se refiere, una teoría del crecimiento responsable. Y eso incluye hasta la autopercepción del enriquecimiento como aquello que tiene un límite en el propio sentido común de tener aquello de lo que puedas disfrutar holgadamente y no aspirar a tener más por tenerlo nada más. O Tempora O Mores… ¡8 siglos sin inventar la iPad! y nosotros, con tanto añadir valor a nuestro egoismo vamos a tardar un suspiro en cargarnos a nosotros mismos, eso sí, con un ritmo de crecimiento impresionante.
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