Publicado en el número 12Â la revista Herrian de la Asociación de Concejos de ílava – Arabako Kontseju Elkartea
Hace años las fuentes eran algo más que una herida abierta por la que la tierra sangraba agua. Eran un alto en el camino y hasta incluso un punto de destino. Más aún en un territorio como el nuestro que duerme desde hace miles de años sobre una enorme balsa de agua. Las fuentes las encontrábamos en nuestras matinales montañeras, en nuestras “meriendacenas” domingueras e incluso al pie de nuestras carreteras.
Las fuentes de montaña solían ser toscas, incluso artesanales, pero hubo un tiempo en que las fuentes de carretera eran algo más que un chorro de agua. Eran un espacio bien cuidado que invitaba a hacer un alto en el camino. Entonces se viajaba sin prisa y con frecuentes pausas. Si no era el niño que se mareaba era el vetusto seiscientos que se recalentaba, y si no alguna ocurrencia como la que yo siempre recordaré de mi abuelo y de la fuente que aún existe a los pies del puerto de Vitoria, camino de Uzkiano y de las Ventas de Armentia.
En aquellos viajes de fin de semana (en horario de mañana o tarde) con los que uno iba descubriendo que Vitoria no estaba sola en el planeta y que en torno suyo se desplegaban las tierras de ílava íbamos un día en coche tres generaciones de la familia. Eran aquellos tiempos anteriores al airbag y hasta al cinturón de seguridad en los que hijos padres y abuelos nos apretujábamos en el coche camino de algún sitio donde tomar el vermú, darle unas patadas al balón o simplemente correr un poco por el campo persiguiendo mariposas o cogiendo flores.
Tras bajar el Puerto de Vitoria, y salvado el peligro frecuente del mareo, poco antes de llegar a la fuente mi abuelo indicó tajante”¦ “para en la fuente” Su hija, que es mi made, su mujer que era mi abuela, hasta mi padre que era quien conducía se mostraron preocupados. ¿Qué le pasa, se marea? Para, para, indicó sin dar más explicaciones. Detenido el viejo Break, el abuelo cogió de la guantera uno de esos vasos que siempre se llevaban en los coches (precisamente para usarlos en las fuentes) No recuerdo si era el metálico o uno de esos otros que se guardaban en una cajita y se desplegaban como por arte de magia. Se bajó del coche, sacó de su bolsillo la cartera y de ella el peine, llenó el vaso de agua, metió en ella el peine y ya con la cabeza bien peinada volvió al coche se sentó y dijo, ya podemos seguir.
No se como se llama esa fuente. Para mí siempre será la fuente del peine. Hace tiempo que no paso por allí, pero cuando veo una fuente con su cartel de no potable, o los restos de lo que fue una fuente ahora seca, ya sea en Landa, en Azázeta en Gazeo, y en tantos y tantos lugares pienso en la de historias que cada uno tenemos en torno a aquellos manantiales. Y siento lástima de ver como a menudo ese patrimonio tan humano del que se nutren los recuerdos va cayendo mansamente en el baúl de los olvidos sin que hagamos mucho por evitarlo.
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