Publicado en Diario de Noticias de ílava el 31 de enero de 2012
Escribo estas líneas desde esa sala iluminada que está al final del túnel. Todo empezó el viernes pasado cuando caminaba absorto en mis pensamientos frente al Banco de España que ya no es Banco aunque si que sigue siendo de España. Iba yo admirando el genio de Olaguibel, y su forma de adecuarse al entorno y a las circunstancias. Su éxito, cavilaba yo, no es solo el de salvar un desnivel, sino ser capaz de hacerlo generando a su vez un espacio público abierto y cubierto. Un bonito paseo que recorrer al abrigo de las inclemencias. Igual hizo con su plaza, tan porticada ella. Y es que en Vitoria tiene la mala costumbre de llover y hasta de nevar. Y a fin de cuentas, lo mismo que las casas son para vivir, los espacios públicos son también para convivir. Pero se ve que eran otros tiempos. Hoy para solucionar el mismo asunto ese del desnivel hubiésemos construido una escultórica y grandiosa plaza desolada con farolas de diseño y piedras italianas. Un sitio donde resulta imposible encontrar una sombra en el verano. Un páramo gélido azotado por los vientos que resulta imposible de atravesar ni con paraguas. Bueno, bien pensado, seguía yo pensando, todo eso ya lo hemos hecho, se llama Virgen Blanca.
Y en estas andaba cuando ocurrió lo imprevisible que, según pude constatar más tarde, era bastante previsible vista la frecuencia con que ocurre. ¡Zas! Mi zapato izquierdo se deslizó sobre la húmeda baldosa con tal celeridad que se llevó por delante mi cuerpo entero y caí con estrépito y con las manos en los bolsillos. El efecto fue fulminante y acabé fulminado a los pies de los arquillos que tanta reflexión me habían provocado. Mientras avanzaba por el túnel hasta la luz desde la que escribo, oía los comentarios de viandantes y vecinos diciendo aquello de “si esto tenía que acabar pasando” “si es que en cuanto caen tres gotas esto es una pista de patinaje” “si por lo menos pusieran una señal” “cambiar las baldosas es lo que tenían que hacer”, etc. etc.
La verdad es que no fue para tanto. Todo se quedó en un patinazo sin descalabro, que patinar y caerse no son necesariamente equivalentes. Pero lo que sí que es cierto, es que ni fue el primero ni será él último hasta que algún día llegue, por fin, el descalabro. A los que habían ido alimentando la esperanza de que el mío fuese cierto lamento defraudarles. Como todo el mundo sabe al final del túnel hay luz pero no hay pluma ni papel, ni ADSL ni siquiera cobertura del móvil, por eso será que nadie llama ni escribe.
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