Me decía hoy un amigo que tiene que hablar conmigo porque me necesita para poner en marcha un plan. Por su plan está incluso dispuesto a dejar su puesto de trabajo. Yo le he dicho, aún antes de conocer su plan, que si va a dejar su puesto de trabajo no lo deje por ahí, que ya se lo cojo yo. El caso es que así a modo de avance en plan de “y hasta aquí puedo leer” su plan se resume en una palabra: revolución. No me queda muy claro si plantea una revolución en la que corren los votos u otra en la que corren los botos de Valverde del Camino que calzan los señoritos o directamente lo que quiere hacer correr es la sangre de príncipes y princesas. No se yo que concepto tendrá de mi para pensar que puedo liderar algo, aunque sea una revolución, aunque me da que para liderarla ya está él, yo sólo tendría que hacer el trabajo que más me gusta , darle ideas.
El caso es que superada la fase de impacto inicial y con la reflexión más pausada resulta que igual no va tan mal encaminado el amigo al que llamaremos Fidel aunque así no se llame. Y no lo va porque de un tiempo a esta parte, el patchwork político, económico y social está absorviendo y abduciendo a nuestra sociedad. Desde los más reputados intelectuales hasta los más imputados dirigentes todos andan o andamos, que no conviene desmarcarse cuando uno forma parte del marco, en la práctica del patchworking mental.
De aquel mundo de blancos y rojos, de liberales y marxistas hemos devenido en un enorme terreno de nadie. Las banderas que levantamos unos contra otros se han ido desgarrando en mil y una batallas y cada uno por su lado hemos ido solventando la cuestión poniendo parches. Y tantos hemos puesto que hoy por hoy tenemos la bandera hecha de retales, de trozos, de cachos, de pedazos y de jirones. Nuestras banderas ideológicas mantienen quizás la forma y hasta puede que algo de color, pero no valen, sobre todo, y es normal que lo diga por que hablo con arte de parte, las banderas rojas que en su día encabezaron la rebelión y pelearon en, por y para la revolución.
Rendidos al placer de la democracia burguesa fuimos encadenando renuncia con renuncia hasta ser incapaces de reconocernos a nosotros mismos. Y así estamos hoy presos de nuestros errores. Hemos sustituido la religión por una versión teista y moralista de la ética que nos atenaza. Hemos renunciado a nuestros instrumentos de combate dejándonoslos institucionalizar y civilizar. Hemos desechado la idea de dominar los medios de producción y la producción misma para ponerla al servicio de la sociedad en su conjunto a cambio de prebendas sindicales y convenios favorables o cuando menos menos malos. Hemos, y eso es lo peor de todo, abandonado la única meta en la que nuestro empeño sería posible… la destrucción del estado tal y como hoy está concebido, y hemos conseguido a cambio una exigua representación parlamentaria y una presencia institucional que rima más con testimonial que con eficiente o efectiva.
El sistema ha ido poniendo parches a cada demanda que le hacíamos hasta cambiarnos el color de la bandera, y una vez perdidos los colores está dejando él también caer su careta y volver a donde estuvimos cuando la revolución además de tan necesaria como hoy, era incluso posible.
Igual va siendo hora de meterse en el taller, tirar esa bandera convertida en almazuela y volver a tejer una bandera roja con la que salir de nuevo a la calle para hacerla nuestra de una vez y para siempre.
Yo dudo de que estemos preparados, pero eso sí… cada vez nos quedan menos retales con que cubrir los sietes y el hilo ya no encuentra tela a la que agarrarse. De momento nos limitamos a llorar por la bandera, pero quién no nos dice que de esas lágrimas puedan surgir energías creativas, quién nos niega el derecho a plantear la innovación en clave de revolución y el liderazgo en sintonía con la justicia eco – social . Nadie más que nosotros nos lo impide.
Así pues está decidido… el lunes escucharé a Fidel aunque Fidel no se llame y venceré la tentación de quedarme con su puesto de trabajo.
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