Publicado en Diario de Noticias de ílava el 6 de marzo de 2012
Viernes ocho de la mañana. Se levanta uno con ganas de afrontar un día útil según lo previsto. Desayuno propio y ajeno, paso por chapa y pintura, entrega de criatura en brazos del sistema educativo, carrerita hasta el tren, plácido viaje hasta el corazón del ensanche y agradable paseo hasta el seminario.
Todo discurre según lo previsto y hace presagiar una prolífica mañana de investigaciones varias en el Archivo Diociesano. Habida cuenta de lo solicitadas que están las plazas voy con la mía solicitada hace casi dos semanas. Se ve que son muchos los que indagan en bautismos y defunciones buscando a su particular conde de Montecristo, aunque como bien dicen los habituales del lugar, aquí entran muchos buscando un conde y salen encontrando un cura.
En esto que voy llegando y observo un grupo de gente en la puerta y no están fumando, cosa harto sospechosa. Me acerco y comparto la sorpresa En la puerta, rompiendo la uniformidad de las tablas, un cartel impreso reza, como no podía ser menos tratándose de un seminario, “Cerrado por enfermedad”. Mi gozo en un pozo y mi incertidumbre asomada al brocal. “Podían por lo menos poner el pronóstico para hacernos una idea de por cuanto tiempo” exclamo. “¿Pero es enfermedad o epidemia?” pregunto. Y me responde la estadística. El cien por cien de la plantilla está de baja luego es epidemia masiva. La plantilla está compuesta por una persona luego es también simple enfermedad. “¡¿Una persona?!” Exclamo a la vez que pregunto.
Pues si. Una persona. Antes había más. Había personas contratadas y había personas voluntarias. Pero alguien vino con sus recortes y se dijo que esto de los archivos es recortable, que a nadie interesa saber dónde, cuándo y por quién fue bautizado su ancestro. Y el archivo se quedó de un plumazo sin personas contratadas. Y las personas voluntarias se dijeron que una cosa es ayudar al empleado y otra bien distinta que el empleador se ampare en el voluntario para prescindir del empleado. Y cejaron en su voluntarioso empeño. Y quedó ella sola, la única contratada, directora de un equipo inexistente al mando de la nave. Y se puso enferma y nos quedamos, los que desde Bilbao vinieron y el que desde La Puebla fue, compuestos y sin archivo.
Según me volvía para el centro iba pensando para mí que el cartel que acababa de leer contenía más verdad de la que su autora pensaba. El archivo está cerrado por enfermedad, pero no de una persona sino de un sistema que está perdiendo el norte y la memoria.
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